13/12/10

Misógino y sentimental


Hoy me he sentido Bécquer un instante: misógino y sentimentalmente romántico al mismo tiempo. Al levantar la vista de mi novela en la cafetería la he visto, en una mesa a mi lado, con una piel de lisa perfección en su rosada tez, su cabello ganando su cintura en rubia ondulación, sus ojos oscurecidos por una leve sombra artificial, sus labios llamativos, su mentón trazando una delicada curva hasta su blanco cuello que se perdía entre su pelo... Y su apostura. Firme, encarada al frente, con una mirada expectante que se perdía en el vacío, en actitud de espera, abrumadora, solemne y arropada de silencio en ese entorno ruidoso. Parecía dominar el tiempo, marcando los segundos en su actitud de espera, las manos en la mesa una sobre otra, sin cruzar los dedos, sin cruzar los brazos, sin moverse, sólo reposando. No era su belleza, no era su cuerpo: era su estatismo, su postura mantenida, la calma entre tanto caos. Podría haber dejado caer su pañuelo y no habría habido caballero que lo recogiera, pero ella tampoco, ella no lo habría recogido, no se habría agachado para ello, no habría estropeado su pose relajada en favor del antiestético escorzo, porque eso habría estropeado su embrujo y ella lo sabía, o parecía saberlo.

Y entonces le adiviné una voz, y me sentí Bécquer pues en ningún caso quería oírla. Oír su voz, lo que con ella tuviera que decir, habría estropeado la magia que se encontraba en su aura. Lo habría manchado todo de realidad y eso no era interesante: lo interesante era lo que evocaba, lo que con su presencia sugería y con su silencio mantenía oculto. Eso deben de ser las musas: los espíritus misóginos del amor que cercenan el sonido, pues su misión es entrar por los ojos y sólo por los ojos.

¿Que es estúpida? ¡Bah! Mientras callando
guarde oscuro el enigma
siempre valdrá lo que yo creo que calla
más que lo que cualquiera otra me diga.
G. A. BÉCQUER, Rimas

2/12/10

Citas


Por mucho que se desprecie el dinero, ¡cómo sitúa a un hombre! [...] viendo de pronto brillar el oro [...] él, que unas semanas antes se habría indignado ante semejante propuesta y me habría puesto de patitas en la calle, me contestó encantado: "Cómo no, mi querido señor Nicklausse, faltaría más, es un gran honor para nosotros". [...] Semejantes recuerdos nos llevan a bendecir este oro tan despreciable, porque sólo él hace posibles semejantes alegrías.

ERCKMANN-CHATRIAN, Cuentos de las orillas del Rin, "El tesoro del viejo duque"