26/11/08

¿Tíbet libre?


Seré esquemático.

1) Parece ser que el Dalai Lama se ha dado cuenta de que le han salido unas cuantas arrugas y ha decidido que hay que buscar un sucesor porque su espíritu pronto abandonará su cuerpo.

2) Para ello hay que elegir a uno entre los más importantes lamas que, ojo, será el jefazo sólo hasta que se revele la nueva reencarnación del Dalai (dolor en los dedos me ha producido escribir esto).

3) El que más posibilidades tiene de sucederle es el Karmapa no-sé-qué, que ostenta ese rango desde crío porque es la reencarnación (supongo) del anterior karmapa no-sé-cuántos. Esto es, por nacimiento, algo contra lo que occidente lleva luchando durante siglos, y que no entiendo muy bien por qué nos parece tan perfecto en el Tíbet.

4) Cuando se encuentre al crío que se supone que es la reencarnación del actual Dalai Lama, se le otorgará el puesto de inmediato y se le educará desde pequeño para asumir su labor, lo que en el lenguaje popular suele llamarse lavado de cerebro.

5) Este niño sentirá desde su más tierna infancia el peso de un país y una religión sobre sus espaldas, y tendrá que trabajar para sacarlos adelante, lo que, si no me equivoco, va en contra de los derechos del niño (no tendrá una infancia).

Dicho todo lo anterior, no se me ocurre ahora mismo nada bueno que decir del Tíbet ni del budismo (curioso que defiendan esta religión los mismos que critican el cristianismo).

P.D. (vale, ya sé que no había ninguna fecha antes de esto): ¿Alguien conoce algún cargo importante (o lo que sea) ostentado por una mujer? Es más, ¿alguien ha oído hablar de mujeres en el budismo? Da qué pensar.

25/11/08

Citas


¿Habrá marcas occidentales que diseñen productos lumpen para venderlos en el Tercer Mundo con rimbombantes nombres... buscando subrayar aún más la desdicha e ignorancia del comprador?

GABI MARTÍNEZ, Los mares de Wang

24/11/08

Tercera Copa Davis para España


Nuevamente debo comenzar rectificando. Si en la última entrada me cebé con la mala educación del público argentino, ayer su actuación volvió a ser ejemplar. Exceptuando un silbido durante el servicio de Verdasco al principio del partido (que debió de ser inmediatamente censurado por el resto de la hinchada, pues no volvió a repetirse), estuvieron increíblemente correctos todo el tiempo, guardando silencio durante los puntos (aunque a veces cantaran out antes de tiempo por eso de la emoción), coreando a su jugador entre punto y punto, entonando el mayor repertorio de canciones que he oído jamás, montando una auténtica fiesta... y todo ello sin que se produjera ningún altercado (lo mismo debo decir de los españoles, que hacían todo lo que podían a pesar de encontrarse en minoría). Lástima que al final su fiesta acabara en derrota, cosa de la que no puedo en realidad apenarme, puesto que yo iba con el equipo español, ayer en particular con el mejor Verdasco que he visto nunca en individuales.

Acasuso tuvo la desdicha de ser el jugador que perdiera la Davis para su país, pero a pesar de ello hay que reconocer el admirable esfuerzo y gran partido que hizo: jugó muy bien, imponiendo su derecha siempre que podía pero sin confiar en su revés, que sólo soltó en un par de ocasiones y que podía haber hecho mucho daño a Verdasco. Sin embargo no pudo definir pronto el partido, como era su intención, y dejó que se convirtiera en un de esos larguísimos a los que tan acostumbrados parecen estar los españoles, lo que hizo que ya en el último set estuviera sin fuerzas, mientras que Verdasco parecía como nuevo. Al acabar el partido se sintió obligado a pedir perdón a su público allí presente, cosa innecesaria, pues jugó increíblemente bien.

El único problema fue el tercer set, que resultó muy aburrido. Los dos jugadores parecían un manojo de nervios y ninguno era capaz de mantener su servicio, con una cantidad incontable de errores que volvió aquello aburrido y un poco absurdo. Aunque todos esos errores parecieron favorecer al argentino, que se puso por delante.

Después de aquello la cosa volvió a ponerse interesante y muy igualada en el cuarto, que se llevó Verdasco, provocando el agotamiento físico y mental de Acasuso, que ya lo creía ganado en el cuarto.

Una final muy igualada, emocionante y, sobre todo, inesperada, en la que se impuso al equipo principal de Argentina los que ellos habían llamado el "plan B" de España, pues faltaban Nadal, Robredo y Almagro. Sorprendente.

23/11/08

Cambios en la final de la Davis


Desgraciadamente debo retractarme de lo dicho en el último post, en el que informé del ejemplar comportamiento de los seguidores argentinos en la Copa Davis. Ayer, tras la derrota sufrida el viernes, mostraron su peor cara. Increparon a Verdasco cuando este se disponía a servir, silbaron y gritaron durante los servicios de los españoles para que estos lo fallaran (deportividad cero), gritaron insultos de todo tipo contra los españoles (a estos putos los tenemos que ganar, fue el único que Corretja quiso reproducir, el más suave de todos), abuchearon todas las peticiones del ojo de halcón de los españoles... una vergüenza, en suma. En una ocasión un seguidor español gritó durante el servicio de Nalbandian, provocando su fallo, y éste se dirigió al juez para reclamar la repetición del servicio, que no le fue concedida con el argumento de que todavía no había concedido ninguna repetición a los españoles de las muchas veces que eso les había sucedido (pésimo por parte del español que se rebajó a gritar en ese instante y mal por parte del árbitro, que tenía que haber repetido no sólo el servicio de Nalbandian, sino también todos los de los españoles).

Lo más preocupante para este campeonato es que a pesar del pésimo comportamiento de los argentinos en el estadio, no se sancionara en ningún momento al equipo local, algo que en primer lugar debería haberse hecho sólo por observación de las reglas, y en segundo lugar para que les sirviera de escarmiento en un partido que se les estaba haciendo muy cuesta arriba.

En lo referente a la realización las cosas no cambiaron mucho: durante la primera hora y media las voces de los comentaristas españoles se oían muy bajas, mientras que podían oírse a la perfección todos los gritos en el interior del estadio. Más tarde los problemas llegaron hasta los propios comentaristas que perdieron la conexión entre ellos y no podían oírse el uno al otro. Con la periodista mezclada entre el público en ningún momento tuvieron una buena comunicación. La federación de tennis también debería tomar medidas contra la televisión argentina, pues eso no es de recibo en la final de un campeonato mundial. Sólo me cabe preguntarme si los comentaristas argentinos tenían los mismos problemas: de verdad que me gustaría saberlo.

22/11/08

Lamentable retransmisión de la Copa Davis


En el momento en que escribo esto todavía no ha terminado el segundo partido de la primera jornada de la final de la Copa Davis. El primer partido ha sido fulminante: David Nalbandian ha sido muy superior a David Ferrer, y es que Nalbandian, a pesar de ser el número dos de su país debido al ranking mundial (Del Potro, el número uno argentino ostenta el puesto número 9 de la ATP mientras el rey David ocupa ahora el número 11), es en realidad el líder del equipo por su experiencia en la Davis, y a pesar de estar por detrás de Del Potro, su tenis es aún superior al de éste. Nada que objetar con respecto a la afición argentina, impecable, tampoco respecto a la española, en minoría en Mar de Plata. Ambas se han comportado de una manera ejemplar que bien podrían observar las aficiones futbolísticas, más aún si tenemos en cuenta que en muchos lugares de las gradas argentinos y españoles están mezclados y no ha habido ni el más leve altercado.

Sin embargo hay que dar un rotundo cero a los realizadores argentinos. Está siendo un lamentable espectáculo las condiciones en las que están retransmitiendo los dos partidos de hoy de la final: imágenes cortadas en las que no podía verse el tanto que luego nunca ha sido repuesto a cámara lenta para solventarlo, planos generales de todo el estadio en tantos decisivos, desincronización entre imagen y sonido, retirada de los micrófonos a los comentaristas españoles para que se oyeran los gritos del público argentino jaleando a su tenista...

El momento más indignante ha llegado en el último set del primer partido. En primer lugar, hemos dejado de oír a los comentaristas españoles para que el sonido sólo nos hiciera llegar los gritos de los argentinos eufóricos por la inminente victoria de Nalbandian. Después de eso. Hemos asistido al lamentable espectáculo de ver cómo la hinchada argentina comenzaba a gritar celebrando la victoria de un tanto nada más sacar Nalbandian y antes de que Ferrer golpeara la bola, con la consiguiente molestia y desconcentración para éste último y sin que nadie hiciera nada al respecto. Afortunadamente he comprendido enseguida que nada debía achacarse a los argentinos, pues era la pésima realización la que había desincronizado imagen y sonido, haciendo que oyéramos las celebraciones antes de ver concluido el punto.

En fin, espero que mañana y pasado (sábado y domingo) hagan las cosas mejor y podamos disfrutar de unos partidos en condiciones. Por cierto, tal y como va el partido, es más que probable que Feliciano López empate la final y las cosas no sean tan de color de rosa para los argentinos como se las habían pintado tras la ausencia de Nadal.

21/11/08

Diarios madrileños (3)


Sábado, 15 de noviembre

He cruzado el umbral hacia la dimensión desconocida. O eso creo. Es la explicación más sencilla para lo ocurrido (y a menudo la explicación más sencilla para algo suele ser la correcta, o eso dicen, aunque el cine se empeñe en demostrarnos lo contrario).

Habíamos ido a un polígono industrial porque queríamos comprar unas cosas en Ikea. Por cierto, las llamas del infierno tienen que salir a la superficie y arrasar todo el planeta convirtiendo Ikea en el único lugar seguro para que yo vuelva ahí, y aún así me lo pensaré bastante: no se puede dar marcha atrás ahí dentro, pasé quince minutos (y no exagero) buscando la salida, cuando la encontré pasé media hora en caja (y sólo tenía cinco personas por delante de mí), no pusieron ni un trozo de papel separando los multiples objetos de cristal que había comprado, sino que los arrojaron dentro de una bolsa todos juntos abandonándolos a su suerte... En fin, un desastre de tienda. Si eso es el progreso sueco, me quedo con el garrulismo español.

Pero no era de Ikea de lo que quería hablar. Al ir hasta allá no habíamos contado con que cubrir aquella distancia en metro nos llevaría una hora, y claro, se nos hizo muy tarde, así que decidimos comer allí. Vimos un Pizza Hut y para comer medianamente barato y probar esa nueva pizza que tienen con rollitos de queso en el borde entramos ahí. Entonces comenzó todo. Nada más poner un pie ahí dentro fuimos abordados por una camarera con corbata que nos preguntó para cuantos queríamos mesa. Yo estaba aturdido, me encontraba en un Pizza Hut, uno de esos lugares en los que hay que hacer cola en la barra para pedir y luego esperar a que alguien grite tu nombre para levantarte a recoger tu pedido.

-Perdón -recuerdo que balbuceé-. Pero creía que entraba en una pizzería.

-Pues no. Esto es un Pizza Hut.

La respuesta me dejó aún más fuera de juego, no tanto por lo inesperada sino por lo insólita. Joder: esto no es una pizzería, es un Pizza Hut. Y ¿qué narices es un Pizza Hut? ¿Debería reorganizar mi mundo conocido? ¿Cuántas cosas más habrían cambiado mientras yo intentaba salir de Ikea?

Sin conseguir salir aún de mi asonbro informé a nuestra camarera de que éramos dos.

-¿Fumadores o no fumadores?

A esta pregunta respondí de forma casi automática, no fumadores, aunque no pude evitar dar un respingo de extrañeza. Tentado estuve de salir para mirar el letrero de la puerta, pero no cabía duda de dónde estaba, el nombre del establecimiento estaba escrito en las paredes por todas partes. De modo que nuestra camarera nos acompañó hasta la mesa y allí nos entregó la carta. Yo no salía de mi asombro, pues tras revisar la mía pude encontrar en ella aros de cebolla, nachos, helados, costillas a la brasa, sopas, tortillas, empanadas, tartas... pero ni rastro de la pizza que yo había ido a buscar. Afortunadamente lo que sucedía era que faltaba la última hoja en mi carta, lugar al que habían sido relegadas las pizzas, por detrás incluso de los postres.

Así que encontramos la pizza que habíamos entrado a buscar y pedimos un par de refrescos. Nos la sirvieron: nada de los típicos trozos de cartón para recogerla, sino dos platos y una paleta para separar los trozos y servirlos. Luego llegó la cuenta: treinta y un euros que todavía no he acabado de digerir. Me marché de aquel sitio con la impresión de haber comido en Ginno's o en Pizza Marzano, más que en Pizza Hut. Supongo que esos son los efectos que la relatividad ejerce sobre la capital. Ya veremos cual es la siguiente broma.

20/11/08

Los 350.000 euros de la vergüenza


La premisa es bien sencilla: “350.000 euros bien podrían dedicarse a alguna de las doce causas que abandera Tele 5.” Y tienen razón. Aunque el creciente cinismo de la sociedad actual parece habernos dejado ciegos ante incongruencias de semejante tamaño. Muchos dirán: “Es su dinero, pues que hagan con él lo que quieran.” Probablemente los mismos que luego se quejan del declive televisivo (yo hace ya tiempo que dejé de quejarme y aprendí a encender la tele exclusivamente cuando emite algo que me interesa, por lo que casi siempre permanece apagada). Pero es que no tienen razón, y aunque a nivel monetario no podamos quejarnos pues es cierto que es SU dinero (faltaría que además fuera nuestro), también son un medio de comunicación y por lo tanto de difusión cultural (sic), y tanto Tele 5 como el resto de cadenas llevan ya mucho tiempo publicitándose como servicios públicos, por lo que podemos, al menos, exigirles cierto grado de conciencia moral. No pueden largarnos eso de la conciencia solidaria y luego gastarse una pasta en que un delincuente se explaye en su cadena para subir una audiencia sustentada en el morbo. Y ese es el objetivo con su entrevista a Julián Muñoz. Dar una millonada a un delincuente cuya condena ni siquiera ha concluido, reírse de todos nosotros. Pero no sólo eso, porque no importa con cuánta furia se quejen por ello: todos los que vean esa entrevista son cómplices de esta vergüenza, burla y estafa.

Otro título que por ahí han elegido para hablar de esto constituye una metamorfosis bastante acertada del título de la campaña solidaria de la cadena: “...doce meses, doce encausados.” Pues parece que ésa es la tónica en la que están entrando, llevar a delincuentes que activen las bajas pasiones de no sé que especie de pseudohumanos para ganar pasta. Y lo más triste de todo es que parece que les funciona, así de podrido está el asunto.

Lo que han planteado (y yo pienso hacerlo) es que a la hora de la citada entrevista a uno de los mayores ladrones del país (y la competencia es dura, en eso sí que parece que somos buenos) todos encendamos nuestros televisores y sintonicemos otra cosa (ya se sabe que mantenerlo apagado no cuenta, pues eso no se contabiliza), incluso durante los anuncios del programa elegido, nada de cambiar de cadena. Yo aún iría algo más lejos, para que quedara patente el enfado: sintonizar los progamas de mínima audiencia que se emitan a la misma hora de la entrevista. Ya puedo imaginármelo: los documentales de la dos con un share del 20% o el programa de las preguntas estúpidas de cualquier cadena con cuatro millones de espectadores. Sería increíble. Ya veríamos con qué cara presentaban luego los responsables de la entrevista esos números ante los directivos.

Aunque lo más problable es que en este agujero con aspiraciones de país hasta los perros estén viendo la entrevista de marras cuando llegue el momento. Aún así y todo es agradable soñar con ello hasta entonces, soñar con que exista aún un pequeño atisbo de inteligencia ahí afuera.

18/11/08

Extraña democracia


Ya sé que escribo a toro pasado (como siempre, por otro lado) pero es que nunca fue mi intención informar ni estar informado, demasiadas son las ansias de información que esta sociedad tiene y cree saciar, sustituyendo de forma salvaje por ella la cultura, y yo no pienso entrar en ese juego. Puede ser ésta mi revancha, comentar noticias de actualidad desactualizadas. Inútil revancha, pero es que inútil resulta casi todo aquello que se lleva a cabo a título personal.

El caso es que hace ya unas semanas, en los Estados Unidos (y escribo el articulo ante el nombre del país para escarmiento de todos aquellos que tratan a Torrego como a una biblia, ya me ha tocado sufrir a más de uno) se votó en el congreso, por primera vez, el plan de rescate ante la crisis. El plan no fue aprobado, lo sería unos días más tarde tras ser revisado y en una segunda votación. Pero lo realmente importante de aquello es que el plan fue rechazado con una enorme cantidad de votos en contra emitidos desde el propio partido de Bush, lo que demuestra que esa democracia, con todos sus terribles errores, está aún siglos por delante de la nuestra.

Tan sólo un par de semanas después de aquello, se armó la gorda en Navarra. Había que votar no se qué en Madrid, y parecía que los dos diputados que UPN tiene allí no iban a votar lo mismo que el PP. No me importan los motivos, que supongo que los tendrían. Lo realmente preocupante fueron la amenazas de Rajoy al respecto, diciendo que se tomarían medidas si UPN rompía la disciplina de voto. Sí señor. Eso es la democracia bien entendida. Resulta que unos tipos que han sido elegidos por los ciudadanos para que les representen tienen que votar lo que su jefe dicta, como si eso fuera una empresa privada, en lugar de lo que creen que es mejor para los ciudadanos a los que representan y a los que se deben. Al menos así lo entiende Rajoy, para el que no importa el motivo por el que unos diputados, sean del partido que sean, estén ahí, mientras hagan su santa voluntad.

Es una lástima que uno de los principales partidos del país no parezca entender lo que es la democracia y pretenda imponer de esa manera una especie de dictatura, primero en el seno de su propio partido, y luego, dado que impide trabajar a sus diputados por sus representados, en el resto del país.

Por otro lado, hace unos días Zapatero aprobó una serie de medidas para poder luchar contra la crisis. No voy a meterme en si son buenas o malas, pues ni las conozco exactamente ni soy economista para valorarlas como sería correcto. Esas medidas, igual que las aprobadas en los EEUU, incluían inyecciones de capital (horrible expresión) en la banca. Lo preocupante es que nada más hacerse pública la medida, y en un caso como este, la oposición, en lugar de apoyar al gobierno para intentar salir todos juntos de esto lo antes posible, hizo un comunicado público en el que criticaba la medida, decía que debía decir exactamente a quién daba cuánto dinero y si no no contarían con su apoyo, que eso no era suficiente, que no servía, que todo iba a ir mal... y mientras ellos trataban de impedir que el gobierno hiciera algo sin aportar nada, los ciudadanos seguimos padeciendo la crisis.

Traslademos esto último a las elecciones estadounidenses, recientemente ganadas por Obama. El mismo día de conocer McCain su derrota, la prensa le preguntó a qué creía que se debía ésta. Su respuesta fue ejemplar: dijo que no iba a dedicar ni un minuto a pensar por qué había perdido, pues lo realmente importante entonces era luchar con la crisis y, desde ese mismo momento, el nuevo presidente tenía todo su apoyo para lograrlo.

La verdad es que no puedo imaginar ni en mis mejores sueños una actuación así por parte de la oposición en España. Hemos pasado ocho años demonizando a los republicanos de aquel país pero, visto lo que se cuece por aquí, mataría por tener un partido de derechas como ese (no le votaría, eso es otra cosa) en lugar de la preocupante raza que ocupa los despachos de PP.

17/11/08

Crónica de una decepción (epílogo)


Martes, 11 de noviembre

Dado que el día de mi despido no había cobrado lo trabajado durante aquella semana, y no estaba dispuesto a renunciar a ello, menos aún después del desprecio al que había sido sometido, tuve que volver a la oficina de aquel ser al que ya odiaba sin tapujos y que era quien debía convertir en moneda de curso legal mis incursiones en su academia. Así lo hice. Me levanté a la hora habitual y procuré presentarme allí a una hora en la que todos los demás profesores (aunque yo ya no fuera uno de ellos) estuvieran en clase. No quería encontrarme con ellos y tener que dar explicaciones de lo que allí había ocurrido. Por otro lado, ni siquiera los conocía, no había tenido oportunidad.

Subí las escaleras, entré en la academia, entre en su despacho, saludé: “Buenos días.”

Aquel tipo despreciable levantó la cabeza, me vio y, sin decir ni una palabra, se levantó, cogió la carpeta en la que estaban anotadas mis horas, la miró, comenzó a hacer cuentas (sabía que iba a ir a cobrar y no había tenido ni la decencia de tenerlas preparadas para cuando yo llegara) y, cuando ya tenía el total de lo que debía pagarme, lo sacó DEL BOLSILLO DE SU CHAQUETA. En ese momento le deseé una inspección de hacienda lo antes posible.

Llegaba el momento de marcharme y el tipo aún no había despegado los labios para decir ni pío, así que decidí tentarlo a hablar soltando la frase que él debería haberme dirigido a mí, sólo para ver qué pasaba.

-Adiós. Y buena suerte.

Su respuesta fue un tanto confusa:

-Uoouugghf...

Algo así fue lo que yo entendí, nada de sonidos articulados, tan sólo un gruñido o algo parecido, lo único que su especie parece capaz de hacer. Así que me fui. Me tuve que ir sin que se dignara a decirme nada. Aunque teniendo en cuenta nuestros encuentros anteriores, creo que ese fue el más civilizado de todos.

13/11/08

Crónica de una decepción (y 2)


Miércoles, 5 de noviembre

Estuve tentado de no levantarme de la cama, pues la situación en el trabajo era insostenible. Yo llegaba allí, entraba en el despacho del jefe, porque hay que entrar en él por huevos para coger los libros, él no decía ni buenos días, ni me miraba, no veía a ningún otro profesor en la academia, pues nuestro horarios eran dispares, terminaba la clase y me marchaba a casa. No es que fuera la forma más agradable de trabajar. Mi único contacto humano (por darle algún nombre) era mi jefe, y éste me trataba como un apestado. No tenía ganas de ir a trabajar y esto lo había conseguido tan sólo en dos días: había conseguido que un trabajo que debería encantarme estuviera deprimiéndome y casi provocándome estrés.

Además, la clase del viernes, de nuevo en la empresa, se acercaba, y mi ilusión por darla se había más que esfumado, pues no tenía ni idea de a qué debía atenerme allí. Me sentía constantemente evaluado en clase, en la empresa y en el despacho del jefe, en el que procuraba no pasar más de dos minutos. Tenía la sensación de que cruzar cualquier palabra con él podría hacer estallar la situación, y mi confianza en mí mismo para dar las clases estaba cada vez más mermada, cosa que no me había pasado nunca hasta entonces.

Jueves, 6 de noviembre

A las once y media, cuando terminé mi clase habitual y ya me disponía a salir de allí, el jefe me informó de que tenía otra clase de dos horas con una australiana, que fuera ya al aula y que no llevara el libro, pues ella quería conversación y resolución de dudas, todo esto treinta segundos antes de la clase. Así que allí me presenté, con el deber de soportar el peso de una conversación de dos horas con alguien que no hablaba bien mi idioma y que además quería aprender algo en el transcurso de las dos horas. Como podrán imaginar fue un completo desastre. Ella quería un guión sobre el cual poder aprender nuevas cosas y no una charla improvisada, que es lo que fue aquello. Era imposible que algo preparado de aquella manera saliera bien. Sólo me cabe preguntarme hace cuánto tiempo sabía mi jefe de la existencia de aquella clase.

Si todo lo hacía de la misma manera en la que lo estaba haciendo conmigo, yo no podía sino maravillarme de que aquella academia siguiera abierta. Mis compañeros, a los que yo desconocía por completo, debían de ser unos fuera de serie, porque debían trabajar contra las aviesas intenciones de aquel ser de echarlo todo por la borda y además debían tener éxito. Yo empezaba a dudar de mis cualidades, pero si en dos años y medio dando clases no había tenido esos problemas, no podía ser todo culpa mía.

Recordé que en la entrevista en la que me contrató había dicho que ellos eran antes la escuela de la cadena Babylon en Madrid, pero que luego Babylon creció y pudo abrir su propia academia, rompiendo así la sociedad, y dejándolos a ellos trabajando solos de nuevo. Comenzaba a preguntarme si Babylon no abriría su propia escuela al darse cuenta del desastre que constituía aquella que los representaba en la capital y lo pésimamente dirigida que estaba.

Viernes, 7 de noviembre

Cuando terminé la primera clase fui informado de que la australiana no iba a volver. Tuve que preguntar por qué, pero la única respuesta fue: “No estaba contenta.” Supongo que al hablar con ella le habría cotado mucho más, le habría dado motivos que a mí podrían servirme para no caer de nuevo en los mismos errores... No sé, algo. Pero él no soltaba prenda. Seguía encerrado en ese mutismo que dejaba bien claro que despreciaba mi trabajo y que además me impedía mejorarlo por ningún medio. No sé qué pretendía. Jamás avisaba de una clase con tiempo para poder prepararla, ni sabía qué se hacía en las clases, ni por supuesto daba información de nada... pero a pesar de todo eso quería que mi actuación fuera impecable y dejara bien a la academia, esto es, a él.

Así que me dirigí a la empresa con más tristeza que alegría para dar la clase que allí me tocaba. Pero antes de salir le había oído decir por teléfono a alguien que ya había encontrado profesor para no sé quién, lo que me hizo pensar. Si soy el único profesor nuevo aquí, el único con horas libres todavía y acaba de encontrar a otro, para dar una clase nueva, esto es que ya hay alguien que va a sustituirme. En otras palabras: a la calle. Pero como él no me dijo nada no podía saberlo. Iba a pasar todo el fin de semana elucubrando sobre si me iba a despedir a la semana siguiente.

Lunes, 10 de noviembre

El despertador volvió a sonar y de nuevo no tenía ganas de levantarme. Pero lo hice, me duché, estaba desayunando y a las nueve menos cuarto sonó un mensaje de texto en el móvil. Decía exactamente lo siguiente: “Ven a las diez. Trae los libros.”

Mi hora de entrada eran las nueve y media de la mañana, por lo que no cabía duda, estaba despedido y mis sospechas cobraban forma: el muy hijo de puta sabía que iba a despedirme desde el viernes por la mañana, pero no podía decírmelo entonces, sino que tenía que esperar a que me levantara el lunes para ir a trabajar.

Me planté en su despacho, donde recibí la noticia esperada. Pero esta vez ni siquiera gritó para que yo pudiera decirle todo lo que estaba pasando por mi cabeza y desquitarme a gusto, tuve que quedarme con las ganas (porque si bien soy de respuesta fácil, no es menos cierto que soy incapaz de ser el primero en entrar al trapo, alguien tiene que echarme un guante).

De modo que aquí estoy ahora, de nuevo sin trabajo y un poco menos seguro de mí mismo para volver a dar clases, aunque espero que esta experiencia (primera vez en mi vida que soy despedido, no sé cómo tomármelo) haya sido sólo una excepción que no tiene por qué volver a repetirse.

11/11/08

Crónica de una decepción (1)


Viernes, 31 de octubre

La entrevista era a las diez menos cuarto de la mañana, de modo que me afeité y me vestí lo más elegante posible sin sobrepasarme. Era el trabajo que yo buscaba, profesor de español, y quería conseguirlo. Además, era la primera oferta que recibía, y conseguir el trabajo que quería a la primera era un objetivo bastante bueno. Ya había trabajado antes, sólo una vez, como profesor de español, en Barcelona, y había sido el mejor trabajo de mi vida. Si bien nunca me llevaría a hacerme rico, si era un trabajo que, cómo decirlo, me llenaba.

Así que allí me dirigí, decidido, entré al despacho de mi entrevistador, y a los quince minutos el puesto ya era mío. Debía empezar ese mismo lunes.

Lunes, 3 de noviembre

Llegué a la escuela con casi media hora de anticipo, porque quería conocer a la profesora con la que compartiría la clase y, también, preguntarle el lugar exacto en el que se habían quedado, para poder continuar desde ahí y no incurrir en repeticiones irrelevantes que aburrirían a los alumnos y podrían incluso llegar a molestarlos. Así que entré y pregunté por Maite, mi compañera, a la cual no había visto nunca hasta el momento. Las dos profesoras allí presentes me informaron de que no había llegado todavía y se interesaron en saber cuál era el motivo de que preguntara por ella. Se lo expliqué y entonces llegó el primer aviso de que aquello tenía toda la pinta de terminar mal. A mi espalda oí la siguiente declaración:

-Ya te dije por dónde iban, por la unidad cinco más o menos. Más que eso no te va a decir nadie, así que espabila y búscate la vida.

Lo dijo así, literalmente, no me invento nada para exagerarlo, y de una manera demasiado amenazante para ser yo su subordinado desde hacía escasamente tres minutos, aunque en realidad aún me faltaban más de veinte para empezar a serlo. Me las apañé como pude, fue lamentable tener que preguntar a mis alumnos el primer día por dónde teníamos que empezar.

Por la tarde tenía que trasladarme a una empresa de un polígono industrial para dar la clase. La indicación de mi jefe para la tarde fue exactamente la misma que por la mañana: más o menos la unidad cinco (segundo aviso). Y en esta ocasión se trataba de un contrato que él tenía con una empresa para formar a sus trabajadores, algo lo suficientemente serio como para no tomárselo a broma.

El resultado fue desastroso. Se suponía que cuando llegara allí tenía que hablar con una de las otras dos profesoras que también iban y ponerme de acuerdo con ella porque debíamos llevar el mismo ritmo en su clase y en la mía (y esto fueron instrucciones expresas del jefe). Pues bien, al llegar había allí una profesora pero no era la que yo buscaba, de modo que no pudo informarme de nada. Sin embargo tuvo la brillante ocurrencia de empezar a preguntar a todo el mundo de todo, lo que hizo que quedara patente que yo no sabía nada de nada de dónde me metía, pues ante ninguna de las preguntas que ella generó en la directora de la empresa tenía yo una respuesta que dar.

La clase comenzó al dar la hora, como tenía que ocurrir, y me encontré (tercer aviso) con que los estudiantes ni siquiera sabían que hubiera unidades, ni un libro, ni nada, así que lo de más o menos por la unidad cinco se fue a la mierda en dos segundos. En lugar de eso me encontré con que la profesora anterior había llevado un orden totalmente alternativo y mi jefe había sido incapaz de enterarse de eso (efectivamente, lo único que él sabe en esa academia es el número de alumnos y lo que paga cada uno). Para colmo, cuando al fin conseguí ver a la profesora de la otra clase resultó que en absoluto ella estaba coordinada con mi clase (cuarto aviso), sino que parece que eso fue una milonga que le metieron al jefe para hacer bonito, porque total, él no se entera de nada.

Martes, 4 de noviembre

Llegué a mi clase a primera hora y siguieron los problemas, porque un inglés quería que le diera la clase de español en inglés, y no sólo eso, sino que no estaba dispuesto a intentar escuchar nada que no fuera en esa lengua. Yo me preguntaba a qué coño iba ese a clases de español.

A mitad de la clase, mi jefe la interrumpió y me preguntó si podía salir un momento. Lo hice y la bronca que me cayó fue monumental. La empresa había llamado y el tío me estaba gritando como un energúmeno porque yo había dicho que no sabía qué tenía que hacer. Podría haberle intentado explicar que yo nunca me dirigí a la directora para decirle eso, sino que fui arrastrado por una compañera lenguaraz, y luego ante las incesantes preguntas no pude escabullirme, pero no tenía demasiado sentido, habría sonado a falso desde la primera palabra. Así que aguanté el chaparrón de gritos (quinto aviso).

Luego el resto de la clase fue un desastre, pues yo ya no era muy capaz de concentrarme en lo que debía hacer. Pero lo peor vino después, cuando el inglés salió de clase y fue directo al jefe a protestar porque yo no le daba la clase de español en inglés (hay que decir que él no tenía nivel para estar en esa clase, pero como no había más aulas para colocarlo, había que sacarle la pasta a toda costa) y, ante mi asombró, en lugar de intentar hacerle razonar, lo que el muy imbécil le dijo fue que tenía toda la razón (sexto aviso). De modo que yo no podía contar con aquel tipo para nada, pero no importaba demasiado, había tomado la decisión de buscar otro trabajo y abandonar este en cuanto lo tuviera. Lo malo es que esas cosas llevan su tiempo, y más con el panorama actual, así que no sabía cuanto iba a tener que aguantar esa situación.

10/11/08

Gastronomía coreana


Este último sábado me vi envuelto en lo que creo que fue una de las cenas más extrañas de mi vida: casi llegó un punto en el que no sabía cómo hablar, o comer, o nada. Vamos por partes. La cena era en un restaurante coreano, yo nunca había estado en uno y por ello no tenía ni idea de lo que se come allí. Suponía, como creo que suponen muchos europeos, que al ser un restaurante asiático la comida sería similar a la de un chino, pues todos sabemos que chinos, japoneses, tailandeses y coreanos comen lo mismo: iluso.

El caso es que llegábamos a la cita con cinco minutos de retraso y mi acompañante me urgía sin cesar a darme prisa, repitiendo una y otra vez que los españoles siempre llegábamos tarde, y me lo decía a mí, que acostumbro a ser un ejemplo de puntualidad (con alguna excepción, claro, no conozco a nadie que nunca se haya apartado ni una sola vez de su propia norma). Pero es que habíamos quedado a las ocho de la tarde (porque en España las ocho siempre serán de la tarde por muy oscuro que sea) y esa es una hora extremadamente temprana para cenar.

Sin embargo no podía quejarme pues la compañía que allí me aguardaba era mayoritariamente china, y ellos habían retrasado en dos horas su hora habitual de cenar, para favorecernos a un italiano y a mí, que éramos los únicos elementos occidentales de aquel extraño grupo. Yo no había visto al italiano en mi vida, pero no me hacía falta para largar las siguientes obviedades, que parecían escapar al conocimiento de aquellos hijos del imperio eterno: “Los italianos cenan aún más tarde que los españoles, así que si para mí es pronto imagina para él,” o “¿A qué viene tanta prisa? Es un italiano: siempre llegan con al menos media hora de retraso a todas partes; de hecho, llegar con esa media hora de retraso es llegar puntual para ellos.” Pero ni caso. Fuimos a toda velocidad hasta el restaurante.

Una vez allí vimos que los otros tres chinos ya habían llegado (la puntualidad inglesa es una chorrada al lado de lo de esta raza), pero ni rastro del italiano. A las ocho y cuarto comenzaron las incursiones del camarero, preguntando qué íbamos a cenar, al tiempo que comenzaban nuestras explicaciones: “Todavía falta uno: ¿podría esperar a que llegue?” A las nueve menos veinte el camarero ya estaba visiblemente enojado porque llevábamos allí casi una hora y aún no habíamos pedido, y el italiano sin aparecer. Afortunadamente llegó justo entonces y comenzó el espectáculo.

Describo al grupo. Allí estábamos una china que hablaba alguna palabra suelta de español (y no sabéis lo cierto que es eso de alguna palabra suelta) y sólo chino, un chino que hablaba sólo español con bastante soltura (y chino, evidentemente, pero nada de inglés), una china que hablaba inglés perfectamente y sólo unas cuantas frases básicas en español, otra china que hablaba medianamente bien inglés y español sin ningún problema (con la salvedad de alguna que otra palabra), un italiano que se defendía bastante bien en español y guerreaba con el inglés, y yo (para los despistados, perfecto español y en incesante batalla con el inglés). Podéis imaginaros cómo era la conversación: no había una sola frase que empezara y acabara en el mismo idioma, no digamos la misma persona.

El caso es que por fin estábamos todos, y comenzamos a pedir. Bueno, comenzaron. Porque en semejante algarabía idiomática yo no me enteraba de nada y dejé que se ocupara la comunidad china (lo mismo hizo el italiano, pues estuvimos charlando -en español- mientras ellos pedían la cena y volvían loco al camarero coreano con no sé qué té de ginseng). Era para verlo: un montón de tipos con los ojos todos iguales y que no se entendían entre ellos. Alguno de los chinos parecía saber algo de coreano, pero evidenciaba no ser lo suficiente como para entenderse con el camarero que, por otra parte, hablaba un español más que aceptable, pero los chinos parecían empeñados en saberlo todo sobre la comida coreana antes de ordenar nada, lo que en castellano dificultaba bastante el proceso por razones evidentes.

Al fin consiguieron pedir y llegó la comida: creo que no había un solo plato que no llevara picante, de lo cual sólo parecíamos percatarnos el italiano y yo. He conocido a mexicanos que comían platos sumamente picantes, pero nada comparado con la cantidad de picante que es capaz de ingerir un chino. Me gustaría poner a un representante bien curtido de cada país en una mesa con los platos más picantes de cada uno y ver quién era el primero en abandonar: yo sin dudarlo apostaría por el chino (no en vano ha sido la gastronomía china la que ha plantado frente a mí un plato de pescado picante -algo inaudito para mí hasta entonces- y no he conseguido terminarlo debido al picante, record que no ostenta ningún plato mexicano hasta la fecha).

Hago un breve resumen de lo que ingerimos: una col fría cubierta de una sustancia roja que resultó ser pimentón picante; algo gelatinoso que según me informaron era pasta de arroz y de cuyo ataque a la punta de la lengua parecí darme sólo yo cuenta; unos calamares que no abandonaron el gusto por el picante que ya reinaba sobre la mesa; un plato de arroz típico de Corea, servido en un cuenco de piedra, también picante; carne cruda de todo tipo para asar en unas brasas que había sobre la mesa y que constituyó el único plato no picante de la cena; y sushi de lo que creo que era gamba, salmón y merluza. Evidentemente el sushi venía acompañado por washabi (espero haberlo escrito bien, no sé), que se reveló no tan picante como siempre me habían advertido, más bien con cierto parecido a un caramelo de menta muy fuerte (el vinagre de soja -eso creo que es lo que era- se impuso como mucho mejor acompañante para este plato).

La cena terminó y las idiosincrasias china y europea chocaron: todos los chinos querían regresar a sus casas, pues para ellos la cena suponía el ocio, mientras que para nosotros sólo era la parte previa a ese ocio. De todos modos, teniendo en cuenta mi situación económica actual y los ELEVADÍSIMOS precios de Madrid (Barcelona ya me parece de lo más barato) decidí unirme al bando chino y regresar a casa yo también. Eso sí, recomiendo a cualquiera que tenga un estómago fuerte y curiosidad por probar una comida asiática que en nada se parece a la china que se acerque por un coreano. Francamente bueno.

8/11/08

Los malditos asientos reclinables


¿A quién se le ocurriría la magnífica idea de instalar asientos reclinables en los autobuses de largo recorrido? Porque me gustaría echármelo a la cara. Uno se sube al autobús de turno con la esperanza de pasar las próximas más de cinco horas lo más cómodo posible (eso ya es un trabajo de Hércules debido a las consabidas habituales carencias de espacio de esos transportes de ganado camuflados en vehículos para el transpote de personas) y se encuentra delante con alguien que se cree con derecho a estar más cómodo que el resto de pasajeros (y por lo tanto a hacer que uno esté más incómodo al aprisionarlo con el propio asiento), y que hecha el respaldo hacia atrás sin preguntar siquiera al damnificado si eso le provoca alguna molestia.

Pues a una de esas tuve que aguantar el otro día, en el trayecto Pamplona-Madrid (y no es por discriminar, pero qué casualidad, siempre me han tocado mujeres). La tipa intentó bajar su asiento sin preguntar pero mi pierna apoyada cual puntal en él se lo impidió, no haciéndola sin embargo desistir de su empeño en tan breve espacio, pues continuó con sus ofensivas durante todavía cuarenta minutos más, hay gente que parecece no darse nunca por enterada. Pero mi sorpresa fue mayúscula cuando, tras volver a subir al autobús en la parada de Soria, me encuentro con que la ella, sin importarle lo más mínimo mi claro rechazo a que me aplastara con su asiento, lo había bajado, no un poco, sino hasta el límite que le mecanismo le permitía (estoy convencido de que si hubiera podido apoyar su asiento sobre el mío para colocarse en posición totalmente horizontal, lo habría hecho).

Mi reacción fue bastante lógica, de enfado, porque si sabes que estás molestando... ¿por qué lo haces? Pero fui extremadamente comedido (la verdad es que no entiendo por qué me empeño en ser tan educado con las personas si cadad vez estoy más convencido de que el 80% de la población ha sido “educada” en cuadras). Le dije, de la manera más amable (y esto es cierto, así que ya pueden contener sus sonrisas Jarod, Larry y compañía, yo siempre soy amable de entrada), que si le importaba subir su asiento. Entonces ella se giro, me miró, torció el gesto en una mueca de sorpresa inverosímil y, en un tono que no dejaba lugar a dudas de que la había molestado con mi “impertinenete” petición, me espetó: “Es que yo quiero dormir.” Y no se ahorró el “yo” para que quedara bien patente que lo único importante era ella, y su libertad no terminaba ni mucho menos donde empezaba la de los demás, sino que era inabarcable por infinita.

No tuve más remedio que pasar los siguientes quince minutos dando patadas al respaldo, pero ella ganó, creo que me cansaba más intentado molestarla que soportando en silencio su agresión. Para colmo, su novio la esperaba en la estación, y en las escaleras mecánicas no se dio cuenta de que yo estaba tras ella y tuve que soportar aún oír cómo le decía: “...y encima me dice que eche el asiento hacia delante.” En fin.
No es la primera vez que esto me pasa. Ya antes me había sucedido en el trayecto de Barcelona, y ahí resulta mucho más problemático, porque además de ser más largo, también el espacio es mucho más reducido, provocando problemas vasculares sin necesidad de que nadie eche su asiento hacia atrás. Dos tipas hicieron lo propio y cuando protesté me soltaron que me fuera a otro asiento, así, con dos cojones. Hay gente que no debería tener permitido salir a la calle, y si viaja debería hacerlo con los equipajes.

No sé muy bien a qué viene esta adoración por ellos mismos y desprecio por los demás de los que parece adolecer tanta gente hoy en día. Seguro que los mismos que hacen este tipo de cosas enseñan los dientes y rugen furiosos cuando son objeto de cualquier nimiedad, no sé, como que alguien no les responda, y luego se permiten ellos el lujo de todo esto. Extraño. Y nos quejamos de los políticos. Y los acusamos de campar a sus anchas y de hacer su voluntad. Después de ver a gente así siento un gran alivio de que los políticos sean los que son, incluso los peores de ellos, porque viendo el percal que hay por el mundo, tengo la certeza de que existen demasiados déspotas en potencia, y no puedo sino alegrarme de que ninguno de ellos haya conseguido cargos de importancia (bueno, Yolanda Barcina podría ser una excepción). Porque... ¿se imaginan a la caradura del autobús como presidenta de una comunidad, no digamos de un país? El día que, por ejemplo, un abogado de izquierdas no se doblegara a su voluntad, seguro que eliminaba la educación pública y subvencionada para que nadie salido de una familia no adinerada pudiera acceder a esos puestos. O si alguien aparcara en su plaza de garaje, en lugar de hacer que la grúa se llevase ese coche, prohibiría la circulación de vehículos en toda la zona referente a su casa, o algo así.

Así pues, con Sanz, Rajoy y compañía, aún creo que tenemos suerte, considerando lo que podríamos llegar a tener.