8/11/08

Los malditos asientos reclinables


¿A quién se le ocurriría la magnífica idea de instalar asientos reclinables en los autobuses de largo recorrido? Porque me gustaría echármelo a la cara. Uno se sube al autobús de turno con la esperanza de pasar las próximas más de cinco horas lo más cómodo posible (eso ya es un trabajo de Hércules debido a las consabidas habituales carencias de espacio de esos transportes de ganado camuflados en vehículos para el transpote de personas) y se encuentra delante con alguien que se cree con derecho a estar más cómodo que el resto de pasajeros (y por lo tanto a hacer que uno esté más incómodo al aprisionarlo con el propio asiento), y que hecha el respaldo hacia atrás sin preguntar siquiera al damnificado si eso le provoca alguna molestia.

Pues a una de esas tuve que aguantar el otro día, en el trayecto Pamplona-Madrid (y no es por discriminar, pero qué casualidad, siempre me han tocado mujeres). La tipa intentó bajar su asiento sin preguntar pero mi pierna apoyada cual puntal en él se lo impidió, no haciéndola sin embargo desistir de su empeño en tan breve espacio, pues continuó con sus ofensivas durante todavía cuarenta minutos más, hay gente que parecece no darse nunca por enterada. Pero mi sorpresa fue mayúscula cuando, tras volver a subir al autobús en la parada de Soria, me encuentro con que la ella, sin importarle lo más mínimo mi claro rechazo a que me aplastara con su asiento, lo había bajado, no un poco, sino hasta el límite que le mecanismo le permitía (estoy convencido de que si hubiera podido apoyar su asiento sobre el mío para colocarse en posición totalmente horizontal, lo habría hecho).

Mi reacción fue bastante lógica, de enfado, porque si sabes que estás molestando... ¿por qué lo haces? Pero fui extremadamente comedido (la verdad es que no entiendo por qué me empeño en ser tan educado con las personas si cadad vez estoy más convencido de que el 80% de la población ha sido “educada” en cuadras). Le dije, de la manera más amable (y esto es cierto, así que ya pueden contener sus sonrisas Jarod, Larry y compañía, yo siempre soy amable de entrada), que si le importaba subir su asiento. Entonces ella se giro, me miró, torció el gesto en una mueca de sorpresa inverosímil y, en un tono que no dejaba lugar a dudas de que la había molestado con mi “impertinenete” petición, me espetó: “Es que yo quiero dormir.” Y no se ahorró el “yo” para que quedara bien patente que lo único importante era ella, y su libertad no terminaba ni mucho menos donde empezaba la de los demás, sino que era inabarcable por infinita.

No tuve más remedio que pasar los siguientes quince minutos dando patadas al respaldo, pero ella ganó, creo que me cansaba más intentado molestarla que soportando en silencio su agresión. Para colmo, su novio la esperaba en la estación, y en las escaleras mecánicas no se dio cuenta de que yo estaba tras ella y tuve que soportar aún oír cómo le decía: “...y encima me dice que eche el asiento hacia delante.” En fin.
No es la primera vez que esto me pasa. Ya antes me había sucedido en el trayecto de Barcelona, y ahí resulta mucho más problemático, porque además de ser más largo, también el espacio es mucho más reducido, provocando problemas vasculares sin necesidad de que nadie eche su asiento hacia atrás. Dos tipas hicieron lo propio y cuando protesté me soltaron que me fuera a otro asiento, así, con dos cojones. Hay gente que no debería tener permitido salir a la calle, y si viaja debería hacerlo con los equipajes.

No sé muy bien a qué viene esta adoración por ellos mismos y desprecio por los demás de los que parece adolecer tanta gente hoy en día. Seguro que los mismos que hacen este tipo de cosas enseñan los dientes y rugen furiosos cuando son objeto de cualquier nimiedad, no sé, como que alguien no les responda, y luego se permiten ellos el lujo de todo esto. Extraño. Y nos quejamos de los políticos. Y los acusamos de campar a sus anchas y de hacer su voluntad. Después de ver a gente así siento un gran alivio de que los políticos sean los que son, incluso los peores de ellos, porque viendo el percal que hay por el mundo, tengo la certeza de que existen demasiados déspotas en potencia, y no puedo sino alegrarme de que ninguno de ellos haya conseguido cargos de importancia (bueno, Yolanda Barcina podría ser una excepción). Porque... ¿se imaginan a la caradura del autobús como presidenta de una comunidad, no digamos de un país? El día que, por ejemplo, un abogado de izquierdas no se doblegara a su voluntad, seguro que eliminaba la educación pública y subvencionada para que nadie salido de una familia no adinerada pudiera acceder a esos puestos. O si alguien aparcara en su plaza de garaje, en lugar de hacer que la grúa se llevase ese coche, prohibiría la circulación de vehículos en toda la zona referente a su casa, o algo así.

Así pues, con Sanz, Rajoy y compañía, aún creo que tenemos suerte, considerando lo que podríamos llegar a tener.

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