30/10/09

La obra sin fin


Hace ya tres o cuatro semanas, no lo recuerdo, que Río de Janeiro ganó el concurso de popularidad e idiotismo en el que se había convertido la disputa por las olimpiadas del 2016. Yo, personalmente, se las habría dado a Tokio que, a pesar de haber mentido descaradamente sobre el avance de las obras para el evento, a nadie se le escapa que son japoneses, capaces de tener todo listo para la fecha y la ciudad de punta en blanco. No así en el caso de Madrid, ciudad en la que las carreras de obstáculos podrían disputarse en la Gran Vía, la natación en algún agujero lleno de agua de la Puerta del Sol y el tenis en Barajas, que probablemente sea el único lugar de la ciudad con superficies planas, por eso de que las necesitan los aviones. Los que mejor lo tendrían serían los golfistas más intrépidos, pues dispondrían de todo un descomunal campo de obstáculos capaz de satisfacer las exigencias del más osado.

Digo esto porque el fin de semana pasado visité Madrid y me topé con la incomprensible cantidad de obras que la asolan y que parece que nunca tendrán fin, mucho menos para fecha tan señalada como unas olimpiadas, sean éstas el año que sean. Porque lo de Madrid y su empeño en perforar calles y plazas no es algo ni mío, ni nuevo. Allá por el año 1948 Miguel Mihura se burlaba del asunto en Mis memorias de la siguiente manera:

Cuando yo estaba a punto de nacer, Madrid no estaba inventado todavía, y hubo que inventarlo precipitadamente para que naciese yo y para que naciese otro señor bajito, cuyo nombre no recuerdo en este momento, y que también quería ser madrileño.
La ocurrencia de inventarlo fue de un pastor, llamado Cecilio, que una tarde, cuando paseaba por el campo llevando en brazos a sus ovejas y meciéndolas maternalmente, como entonces hacían los pastores, vio un gran terreno, todo lleno de hoyos, de agujeros, de escombros y de montoncitos de arena.
- Aquí se podría hacer Madrid, para que naciese el señor Mihura y ese otro señor bajito, que nunca me acuerdo cómo se llama, y que también quiere nacer en Madrid -pensó Cecilio.
Y llamó a gritos a otro grupo de pastores, amigos suyos, a los cuales les comunicó su idea, que a todos les pareció maravillosa.
- Efectivamente -dijeron-, Madrid no está inventado y sería un buen negocio inventarlo, porque a la gente lo que le gusta es vivir en Madrid y dejarse de estar en provincias, paseando como una tonta por la calle Nueva o por el Malecón, y venga a bostezar.
- ¿Pero no costará demasiado caro? -expuso una oveja, inocente, blanca, llena de ricitos, y con su femenino sentido del ahorro.
- Nada de eso -afirmó Cecilio-. Lo difícil de Madrid es hacerle los agujeros, los hoyos, las cuestas y los montoncitos de arena. Pero como este terreno ya los tiene, lo demás no será complicado.
Y después de discutir sobre otros extremos, aquellos pastores fundaron la "Sociedad Anónima de Pastores Reunidos para la Construcción de Madrid y sus Alrededores".

Y unos añitos antes, con el siglo XX todavía joven, en 1903, Pío Baroja hablaba en La busca de los hornillos de obras de la Puerta de Sol casi como un elemento habitual de mobiliario urbano:

Estaban asfaltando un trozo de la Puerta del Sol; diez o doce hornillos, puestos en hilera, vomitaban por sus chimeneas un humo espeso y acre.

Así que, como ven, el problemilla no me lo estoy imaginando y parece que va para largo.

Pero vamos a dar un voto de confianza a la ciudad, y vamos a pensar que el ayuntamiento es responsable e iba a cumplir su objetivo de que todas las obras estarían terminadas para las ilusorias olimpiadas de Madrid 2016. En ese caso me compadezco enormemente por los madrileños, pues, ahora que esa fecha ya no existe, nadie puede librarlos y del acoso de las obras públicas. Públicas y sin sentido, porque fíjense en los detalles: en Barcelona el ave tiene que llegar a la Sagrada Familia y se utiliza una tuneladora sin levantar todas las calles; en Madrid los cercanías tienen que llegar a la Puerta del Sol y la plaza permanece abierta en canal durante seis años (aunque creo que por culpa de innumerables obras consecutivas, no sólo por los trenes). ¿Ven la diferencia? Quizá la consecución de unas olimpiadas sea la única manera de que las obras cesen por fin y ése sea el verdadero motivo de que todos los madrileños las deseen tanto.

22/10/09

Viaje al oeste (3) Citas


Siempre debe huirse de la astucia, porque la fortuna y la fama están prefijadas de antemano. La verdad y un obrar recto son producto de la virtud y a veces llegan a alcanzar la edad misma del cosmos. La arrogancia, por el contrario, atrae la cólera del Cielo. No importa que su reacción parezca tarda en producirse; siempre termina dándose. Su implacabilidad es tan cierta como la de la venganza.

Viaje al oeste, Cap. VII

19/10/09

Viaje al oeste (2) Citas


-Cuando los inmortales desean volar por las nubes -explicó el patriarca- lo primero que hacen es dar un fuerte pisotón sobre la tierra y en seguida se elevan. Tú, por el contrario, das un salto. Así que, para enseñarte a dar vueltas de campana por las nubes, tendré que acomodarme a tu peculiar forma de obrar.

Viaje al oeste, Cap. II

18/10/09

Contaminación acústica


Hoy el Diario de Navarra trae un titular ante el que, la verdad, no sé cómo posicionarme. La gracieta es la siguiente: "Las once campanas de la catedral de Pamplona sonarán un 30% más tras su restauración".

Pues qué quieren que les diga; por supuesto que hay que restaurar las campanas, que son obras de arte en sí mismas, pero me entran dudas acerca de cuál es verdadero obetivo de esa restauración. ¿Necesitan realmente ser restauradas? ¿O más bien la necesidad es que toda la ciudad oiga el repicar diario de todas las misas para que tengan conciencia de dónde deberían estar cuando comieza una? Deberían medirse los decibelios emitidos por esos monstruos de bronce como se hace con cualquier otro tipo de local, pues dudo mucho que a una persona de mediana edad le moleste más el ruido de un bar que haya cerca de su casa un sábado por la noche cuando quiere ver una película y descansar, de lo que me pueden molestar a mí las campanitas un domingo a las diez de la mañana después de haber salido y quiero descansar. Yo no voy por las calles con un altavoz al hombro y esparciendo mi música el sábado noche, así que lo mínimo que espero es que tampoco lo tenga que soportar los domingos por la mañana.

Entiendo que las campanas de las iglesias tienen cierta tradición y que ni pueden ni deben silenciarse así como así, pero no entiendo cosas como que se restauren para que suenen más fuerte (ese parece el objetivo según el titular), o que a nuevas iglesias que antes no estaban ahí y que no deberían irrumpir sonoramente para molestar les coloquen estruendosas falsas campanas por megafonía (algunas de ellas con musiquitas y todo).

No sé, si el problema es únicamente el tipo de sonido, pues me grabaré el sonido de una campana de iglesia y la pondré a tope todas las noches, que supongo que eso a nadie le molestará. Es más, seguro que me toman por una persona comprometida y pía.

16/10/09

Visita a domicilio


Empiezo a creer que estoy rodeado de tarados. Hace tan sólo unos días que estoy de regreso en Pamplona y el otro día me encontraba subiendo al trastero los libros de mi habitación (quien me conoce sabe que eso es un trabajo de titanes), cuando recibí a uno de mis nuevos vecinos... o algo así. Estaba yo con la puerta abierta cargando libros en mis brazos cuando llega un tipo hasta la puerta de mi casa, se me queda mirando y me pregunta:

-¿Es este el cuarto?

-Mmmmm... sí.

Y casi sin dejarme terminar de pronunciar la sílaba el chaval ya estaba entrando en mi casa, así que solté los libros y:

-¡Quieto! ¿Dónde vas?

-Pero... ¿No me has dicho que esto era el cuarto?

-Sí, pero.... Yo sé quién eres tú.

No creí que necesitara más explicaciones, pero al decirle esto se quedó con cara de confusión. Parece que el muete estaba acostumbrado a entrar en casa de todo el mundo así como así. Por un momento me vi explicándole que como no sabía quien era no iba a dejarle entrar en mi casa porque era lo que suele denominarse un desconocido y yo los perros abandonados no los acojo en mi casa, los llevo a la perrera.

-¿Carlos?- así me lo dijo, como si fuera un santo y seña, supongo que me preguntaba si quien respondía a ese nombre vivía aquí, porque si me estaba preguntando si yo era el tal Carlos la cosa ya rozaría la locura (supongo que conocería a sus amigos). Y allí se quedo, parado, con cara de bobo, mirando hacia el interior de mi casa y con claras intenciones de querer lanzarse al interior para buscar a ese Carlos.

-¿Te has dado cuenta de que aquí hay dos puertas? Quizá sea el vecino.

Así que llamó al piso de al lado y allí se metió. Más tarde me comunicaron que en el piso de al lado ahora hay unos estudiantes, y si antes me preocupaba por el grado de cultura de los universitarios actuales ahora también me preocupa su grado de inteligencia. Sólo espero que no todos sean como la ameba que el otro día se asomó a mi puerta.

15/10/09

Viaje al oeste (1)


En vista de que el libro en cuestión (Viaje al oeste) calza la friolera de tres mil páginas y su material narrativo es inmenso, he decidido que cada vez que encuentre algo en él que me llame la atención lo trasladaré a esta página. Son sólo dos los capítulos que llevo leídos pero me han recordado mucho a algo que leí en mi tierna juventud: me refiero al Señor de los anillos. Si bien la historia en la novela de Tolkien tiene un tiempo lineal al que todos estamos acostumbrados, las historias anteriores de sus protagonistas no pertenecían a un tiempo que se caracterizase por su linealidad, cosa que habrán podido comprobar todos aquellos que tuvieron el acierto de acercarse al Silmarillion o al Libro de los cuentos perdidos (del que hace unos añitos nos colaron como una novela inédita, hace falta ser caradura, Los hijos de Hurin). En esas historias el tiempo no era una sucesión lineal de acontecimientos, era otra cosa en la que los personajes se movían por los dictados de lo que había de suceder y no siempre apoyados en sus propios actos anteriores, que podían incluso llegar a ser borrados.

Esa concepción casi mística del tiempo de la que hacía uso Tolkien nos fascinó a muchos, los que éramos capaces de ver más allá de elfos y de orcos y, a mí al menos, me parecía tremendamente original. Pero amigos, no hay nada nuevo bajo el sol, y a día de hoy descubro de dónde salió todo aquello, que no sólo la teñía de magia, sino que además daba viveza a la narración: de la literatura clásica china. En Viaje al oeste aparecen muchas de las cosas a las que, leyendo a Tolkien, nos habíamos acostumbrado: una narración rápida llena de acción y un tiempo que rompe su linealidad (es deudora también de esto la famosísima Cien años de soledad), esos personajes mágicos que irrumpen en nuestro mundo, acciones guiadas por una enseñanza pero meramente ilustrativas y en absoluto moralizantes... Y ese cambio de nombre en los personajes que tanto molesta a algunos del autor inglés.

En efecto, Viaje al oeste ofrece los secretos de los nombres de sus protagonistas, y el principal de estos protagonistas, en tan sólo dos capítulos que llevo leídos ya lleva tres nombres puestos: en primer lugar él nace de una piedra, por lo que es llamado el mono de piedra; tras eso logra un reino para los monos y los gobierna, por lo que pasa a ser conocido como el hermoso rey de los monos; por último al aprender los misterios del Tao, su nombre pasa a ser Sun Wu-Kung. Y, por supuesto al igual que nos sucedía con los personajes de Tolkien, cada vez que regresa a un lugar visitado anteriormente recupera el nombre que allí utilizaba, puesto que es por el que lo conocieron los habitantes de esa región.

Queda así cerrado literariamente el círculo de un mundo que viaja en un tiempo más circular de lo que nos parece y que recupera constantemente formas pasadas tiñéndolas de novedad, o más bien de un tiempo difuso en el que hace mil años en China ya se escribía según los cánones triunfantes en Tolkien o en Cien años de soledad.

14/10/09

El imbécil del balcón


Hay gente que debería nacer con un par de hostias bien dadas de serie, a ver si así se les quitaban las ganas de andar tocando las narices. Estaba yo aparcando el coche hace apenas media hora, y en el sitio que había elegido (lo de elegido es un decir, porque hay que ver cómo está el patio) alguien había colocado una valla que estaba poco menos que arrojada allí. Por miedo a rayar el coche con la condenada vallita (y de paso para que no lo rayaran los que vinieran detrás) me he bajado y he colocado la valla sobre la acera, pegadita a la puerta de garaje frente a la que estaba para que no molestara. Antes de ello por supuesto que he mirado que no hubiera allí ningún vado, y como no lo había, pues no he estado dispuesto a dejar de aparcar yo mi coche, con lo difícil que está el asunto, para que nadie tuviera una plaza de garaje propia y gratuita a mi costa.

El caso es que he aparcado y al bajar del coche un señor mayor (y lo de señor es otro decir) me ha soltado desde un balcón: "¿Qué? Así se queda ¿no?". Yo, que no había identificado ningún tono malicioso en su frase (y la verdad es que me había costado bastante aparcar, así que podía ser incluso jocosa), le he respondido con total naturalidad: "Pues sí, de ahí ya no se mueve". Momento en que el ser involucionado de edad avanzada ha comenzado a proferir gritos y a decirme que iba a denunciarme y no sé que sandeces más.

No voy a hacer más comentarios, de todos modos qué más comentarios pueden hacerse de un tipo que pasa toda la mañana apoyado en su balcón de un primer piso para ver con quién puede discutir ese día, para arrogarse el derecho de decir a los demás lo que deben hacer, para tocar las narices en general a todo el que pase. Porque de algo estoy seguro: ayer la emprendería con otro, y mañana, sin duda, con otro más.

*Nota: El de la foto no es el que me ha gritado a mí. Éste hasta tiene cara de majo.