15/10/09

Viaje al oeste (1)


En vista de que el libro en cuestión (Viaje al oeste) calza la friolera de tres mil páginas y su material narrativo es inmenso, he decidido que cada vez que encuentre algo en él que me llame la atención lo trasladaré a esta página. Son sólo dos los capítulos que llevo leídos pero me han recordado mucho a algo que leí en mi tierna juventud: me refiero al Señor de los anillos. Si bien la historia en la novela de Tolkien tiene un tiempo lineal al que todos estamos acostumbrados, las historias anteriores de sus protagonistas no pertenecían a un tiempo que se caracterizase por su linealidad, cosa que habrán podido comprobar todos aquellos que tuvieron el acierto de acercarse al Silmarillion o al Libro de los cuentos perdidos (del que hace unos añitos nos colaron como una novela inédita, hace falta ser caradura, Los hijos de Hurin). En esas historias el tiempo no era una sucesión lineal de acontecimientos, era otra cosa en la que los personajes se movían por los dictados de lo que había de suceder y no siempre apoyados en sus propios actos anteriores, que podían incluso llegar a ser borrados.

Esa concepción casi mística del tiempo de la que hacía uso Tolkien nos fascinó a muchos, los que éramos capaces de ver más allá de elfos y de orcos y, a mí al menos, me parecía tremendamente original. Pero amigos, no hay nada nuevo bajo el sol, y a día de hoy descubro de dónde salió todo aquello, que no sólo la teñía de magia, sino que además daba viveza a la narración: de la literatura clásica china. En Viaje al oeste aparecen muchas de las cosas a las que, leyendo a Tolkien, nos habíamos acostumbrado: una narración rápida llena de acción y un tiempo que rompe su linealidad (es deudora también de esto la famosísima Cien años de soledad), esos personajes mágicos que irrumpen en nuestro mundo, acciones guiadas por una enseñanza pero meramente ilustrativas y en absoluto moralizantes... Y ese cambio de nombre en los personajes que tanto molesta a algunos del autor inglés.

En efecto, Viaje al oeste ofrece los secretos de los nombres de sus protagonistas, y el principal de estos protagonistas, en tan sólo dos capítulos que llevo leídos ya lleva tres nombres puestos: en primer lugar él nace de una piedra, por lo que es llamado el mono de piedra; tras eso logra un reino para los monos y los gobierna, por lo que pasa a ser conocido como el hermoso rey de los monos; por último al aprender los misterios del Tao, su nombre pasa a ser Sun Wu-Kung. Y, por supuesto al igual que nos sucedía con los personajes de Tolkien, cada vez que regresa a un lugar visitado anteriormente recupera el nombre que allí utilizaba, puesto que es por el que lo conocieron los habitantes de esa región.

Queda así cerrado literariamente el círculo de un mundo que viaja en un tiempo más circular de lo que nos parece y que recupera constantemente formas pasadas tiñéndolas de novedad, o más bien de un tiempo difuso en el que hace mil años en China ya se escribía según los cánones triunfantes en Tolkien o en Cien años de soledad.

2 comentarios:

妖妖 dijo...

Sorpresa,¿eh? En China existe escritores! Además, son muy buenos!

Black Queen dijo...

Nunca puse en duda la existencia de una literatura china de calidad. Es sólo que está muy mal exportada. Por otro lado... ¿conocen los chinos algo de la literatura occidental?