8/4/11

Mudanza


Bueno, pues a partir de ahora dejaré definitivamente de publicar en este blog, para pasarme a una nueva dirección de Wordpress. Supondo que en los próximos días el aspecto de ese nuevo blog cambiará constantemente pues acabo de abrirlo y todavía pueden vérsele los andamios, a lo que hay que añadir que esa plataforma se me hace endiabladamente complicada. Pero como algunos de vosotros sabéis, mi próxima ubicación será China, donde Blogger no funciona, y tenía que hacer el cambio. En breve La décima musa cambiará también su ubicación a Wordpress, y ya veremos qué sucede con Twitter y Facebook.

Después de varios intentos Blogger no me permite enlazar la nueva página de Wordpress, así que se la dejo aquí abajo para que la tecleen ustedes mismos:

elsalonaureo.wordpress.com

31/3/11

El patriota


Diez años atrás había abandonado su país en busca de un futuro. Tal y como se masticaba entonces el presente, el futuro sólo deparaba las calles como hogar. Era triste ver cómo su propia tierra nada le ofrecía y la sentía ya más ajena a cada instante. Hacía ya tiempo que había aceptado que lo más parecido a un sentimiento patriótico que albergaba pertenecía al retrato que de su país habían hecho las novelas leídas en su juventud. No se sentía perteneciente a esa nacionalidad que conformaban sus compatriotas. Tampoco era entonces un apátrida porque todavía no había abandonado su tierra natal. El camino que había seguido para huir de allí ya no lo recordaba, sus pasos se habían difuminado bajo la arena y no podía o no quería desenterrarlos. Cuando se marchó casi odiaba a su país, ahora casi lo había olvidado. Sólo sabía que habían pasado diez años sin que aquella tierra nada le exigiera, aquella tierra que tanto exigía y que nada daba sin su previo pago, aquella tierra a la que la mitad de su población quería y la otra mitad odiaba, y de los que él odiaba a la mitad y soportaba a la otra mitad.

Ahora el país se hundía y volvía a exigirle pero él no estaba dispuesto a darle nada. Sólo la nacionalidad impresa en su pasaporte los vinculaba ya, y aquel era un error fácilmente subsanable. Un poco de papeleo y ya sólo su lengua lo identificaría.

20/3/11

Viaje al Oeste (13) Citas

Un solo pensamiento es capaz de alterar las decisiones del Cielo.

Viaje al Oeste



Un solo pensamiento llena la inmensidad.

WILLIAM BLAKE, El matrimonio del cielo y el infierno

3/3/11

Viaje al Oeste (12)


En su camino hacia el oeste, Tripitaka y sus discípulos atraviesan un reino compuesto únicamente por mujeres, y su reina quedará prendada del monje, por lo que organizará de inmediato su boda con él. Tripitaka accederá con la intención de escapar antes de que se consume el matrimonio y no perder así ni una gota de su Yang. Todo este plan es urdido para poder salir del trance sin derramar la sangre de las muchachas del reino que, a fin de cuentas, son humanas y no demonios. Sin embargo, cuando se disponen a escapar, el monje cae en las manos de un demonio que pretende acostarse con él para robarle su Yang y convertirse así en inmortal, y al que el Rey Mono no tendrá inconveniente en matar para liberar a su maestro. Tras todo esto, Tripitaka bebe de las aguas de un río que tienen la propiedad de embarazar a quien las toma, por lo que queda en estado. Para acabar con su embarazo debe beber el agua de un estanque, único remedio capaz de provocar el aborto, pero un monstruo lo protege y no está dispuesto a permitir que se lleven tan preciado líquido.

Ante tan sorprendente historia para los tiempos que corren, sólo se me ocurre recapacitar sobre una serie de cosas. La primera es el abierto desprecio que el budismo (esa religión tan adorada por tanto iletrado que al mismo tiempo desprecia el cristianismo, cuyos principios me parecen infinitamente más dignos) hace del sexo femenino. No hace falta ningún estudio en profundidad para entender que el tan preciado Yang que proporciona virtud y que hay que atesorar a toda costa no es otra cosa que el esperma. Las mujeres no sólo son despojadas de toda virtud por carecer de él, sino que son degradadas aún más al ser ellas las no lo arrebatan, alejándonos de este modo de la perfección.

Dejando a un lado estas consideraciones místico-religiosas, pasemos a lo moral y cultural, que es lo que me interesa. Resulta (o me lo resulta a mí) sorprendente cómo coexisten en la misma historia una visión tan tradicional del amor y el sexo (tradicional para los católicos, al menos) y otra tan “progresista” del tratamiento de las consecuencias de este último. Mientras que lo que prima en el tiempo que Tripitaka pasa entre las mujeres es el amor que la reina siente por él, con el sexo como consecuencia lógica de ese amor, cuando es raptado por el monstruo, lo único que este último busca es sexo, quedando así convertido en un acto vil y reprobable (propio de monstruos), al ser despojado de su irrenunciable compañero. Pero no es esto tan cristiano como puede parecer, pues a pesar de ser presentadas ambas cosas como partes de un todo en el que el sexo no puede existir sin el amor (aunque sí el amor sin el sexo), al menos no sin mancillarse, ese sexo no da jamás indicaciones de estar dirigido a la procreación, sino que se presenta como un fin en sí mismo, lo cual resulta lógico si tenemos en cuenta que nos movemos en un ámbito en el que todo destino está escrito de antemano y dominado por la rueda de las reencarnaciones.

Quizá esta última afirmación que acabo de hacer pueda explicar por qué no se da mayor importancia a un acto como el aborto, que es enfocado con enorme naturalidad, sobre todo si tenemos en cuenta que quien pretende abortar es un monje sin tacha que lleva dedicado a la virtud durante diez reencarnaciones seguidas y que siempre actúa para seguir los designios de Buda y del bien supremo. Pero no es sólo la lógica tranquila con la que se trata el aborto lo que sorprende, sino el dilema que supone la historia en su conjunto. Como recuerdan, el monje Tang bebe de las aguas del Arroyo de la Fertilidad sin saber a qué se está exponiendo, por lo que queda embarazado “por accidente”. Y ese “accidente”, de haber llegado a término, podría haber acabado con su misión en la vida: recoger las escrituras de la mano de Buda. Es cierto que nosotros no tenemos misiones tan grandilocuentes, pero quién más, quién menos, quiere llevar a algún término su propia vida. Así que ¿es esa la justificación necesaria para tal acción? En realidad, en estas circunstancias el aborto no supone un gran problema, sólo el leve retraso de la colocación de ese espíritu en la rueda de las reencarnaciones (no olvidemos que los abortistas Tripitaka y sus discípulos son aquí los representantes del bien, mientras que es nada menos que un demonio quien quiere impedir el aborto), pero resulta agradable ver en estas tres historias tan antiguas una gradación ilustrativa de las prioridades vitales, que pueden ser razonadas cada vez y puestas en su lugar, y no el inamovible concepto de bueno y malo al que la moral católica nos tiene acostumbrados y acorde al cual hay que organizar todo discurso.

28/2/11

Citas


-A mí me da la impresión de que en este mundo la gente se mata trabajando -tercié-. ¿Me equivoco?

-No es más que trabajo -explicó Nagasawa llanamente-. El esfuerzo del que hablo es algo que se hace por propia iniciativa, con un propósito determinado.

26/2/11

Crónicas asiáticas (4) Jiaozi y Mahjong


Tras haber dormido toda la noche y haber recuperado (es un decir) el ciclo día noche, me tocaba enfrentarme a una prueba de fuego. Había dormido hasta la una, con lo que creía haberme librado de la hora de la comida de ese día, que había sido hacía ya una hora, pero nada más lejos de la realidad. El desayuno del día anterior en un restaurante de carretera me había infundido cierto temor hacia la comida china: había allí demasiadas cosas imposibles de identificar por mis conocimientos enciclopédicos, y otras, identificables, resultaban demasiado raras para lo que se suponía que era un desayuno. Lo más normal para lo que correspondería a aquella comida en “mi mundo”, unos huevos duros. Entre los platos identificables, sopas de diversa índole, el tofu con peor aspecto que había visto nunca, soja germinada, noodles, verduras, algas...nada parecido a un desayuno, y menos a esas trasnochadas dos de la madrugada que transcurrían con un furioso sol sobre nuestras cabezas en mi todavía dislocado horario. Entre las comidas irreconocibles se contaban algunos alimentos que después he descubierto en qué consistían: unos conos amarillos y de una espantosa sequedad (sí, los probé, aún no sé por qué) que estaban hechos de maís, un baozi que yo confundía con jiaozi en mi sonambulismo y que prefiero seguir sin saber de qué verdura o alga estaban rellenos... En realidad los desayunos chinos no se distinguen en gran cosa de cualquier otra comida, no tiene nada de raro desayunar arroz, carne o pescado, pero la voz de alarma fue falsa, pues aquel lugar era en realidad nefasto, incluso comparado con los restaurantes de más bajo nivel en los que he estado después o los puestos de comida de la calle (los hay a montones).

Lo cierto es que aquel día teníamos que comer en casa de la abuela de mi novia, nos estaban esperando, éramos los invitados, así que nos duchamos rápido y fuimos para allá, aunque no logramos llegar antes de las dos, una hora excesivamente tardía para la comida. Además, si bien ahora ya sabía cuándo debía dormir y cuándo permanecer despierto, mi estómago aún no había aprendido cuándo debía comer y yo no tenía nada de hambre. Pero alguien le había dicho a la abuela que me gustaba el jiaozi y ella había preparado muchísimo, así que tenía que comer.

La comida se componía de seis platos (algo bastante moderado en comparación con lo que ha venido después). Aparte del consabido jiaozi, había tiras de tofu seco con algas, patas de cerdo, carne de cerdo, costillas de cerdo (créanme si les digo que el cerdo es la comida más extendida aquí y que se le saca aún más provecho que en España) y pepino con algas. Es costumbre ofrecer agua caliente, sobre todo porque beber agua directamente del grifo en China es exponerse a demasiadas cosas, así que la hierven primero. Como no es que me entusiasme beber agua caliente me decanté por una cerveza (de las que ya hablaremos en otro momento).

Tras la comida llegó el momento del mahjong. Yo quería aprender a jugar y decidieron enseñarme en lo que fue una auténtica encerrona. Tres jugadoras “profesionales” de las que yo no entendía ni una palabra me iniciaron en los misterios de aquellas piezas (sólo me iniciaron, pues no he vuelto a jugar desde entonces, y es como un juego de cartas, que a mí no me entusiasman). Ellas parecía que querían seguir jugando para siempre y yo no veía el momento de dejar de hacerlo. También me gustaría aprender a jugar al ajedrez chino, pero después de esto no sé si preguntar. A fin de cuentas parece que salvé el día (comí, aunque me costó) en que me tocaba ser el invitado de honor de una gente con la que no podía conversar, a pesar del empeño que todos ponían en hablarme.

20/2/11

El sombrero de copa


El otro día sin duda metí la pata con un compañero de trabajo. Cuando yo llegaba, él se marchaba, y lo hacía con un llamativo sombrero de copa sobre su cabeza.

-¿A dónde vas disfrazado?

-¿Perdón?

-Eh... no... nada... que si sueles llevar sombrero...

-Yo siempre.

Fue algo más o menos así. Y lo que en principio me pareció una extravagancia lo empecé a ver, pasados unos minutos, como algo más bien normal. Yo mismo aborrezco en ocasiones la tan pretenciosa como descuidada moda actual, y me descubro a mí mismo con miradas de admiración ante los estilizados trajes que los caballeros portan en las películas de los años 50 ó 60. Nos nos creeríamos, por ejemplo, al ladrón de Atraco perfecto, si Sterling Hayden no llevara ese alargadísimo traje probablemente marrón o de algún color parduzco, acompañado de su sombrero y de su finísima corbata. Claro, que entre eso y un sombrero de copa más propio de Dorian Gray dista un trecho. Aunque su caso y el mío forman parte de la misma nostalgia por modas pasadas, más dignas que la actual.

Más tarde me di cuenta de que la nota discordante no la ponía el sombrero, sino el resto de la indumentaria. Hay prendas de vestir que exigen que todo lo demás (en ocasiones incluso las mismas calles por las que transitamos) se acomode a ellas, y el sombrero de copa se incluye en este grupo. Tan característico cubrecabezas impone un impecable pantalón de traje, una levita o abrigo largo de chaqueta y la desaparición de cualquier corbata, al menos las actuales. Por no mencionar que tal figura sólo sería creíble saliendo por la puerta de un edificio bicentenario. En cambio la mezcla con unos pantalones vaqueros cualesquiera y esas tan anchas chaquetas de corte americano, muy gruesa tela y tan pródigas en bolsillos que parecen promocionar marcas como U o Desigual, hacen que la apariencia de quien luce este tocado se acerque más a la de Mr. Hyde que a la del caballero inglés que debería ser el Dr. Jeckyll, destruyendo de ese modo la imagen de moda clásica, y dando campo libre a una batalla entre los distintos elementos de la indumentaria, irreconciliables entre sí, que acaba por producir la misma sensación de dejadez que la moda actual, sensación de la que en un principio parecía querer escaparse. Y tal huida queda frustrada porque, a fin de cuentas, somos hijos de nuestro tiempo y bien difícil resulta escapar de eso.

14/2/11

Colón contra la iglesia


Voy a ser breve porque incluso yo me canso de quejarme de la iglesia católica y los ayuntamiento y gobierno de Madrid. El domingo, día dos de enero, pasaba yo a las siete de la mañana, más o menos, por la Plaza de Colón para ir a trabajar cuando, bajando por la calle Génova, descubrí aquello totalmente vallado y sin abertura ninguna para que la gente de bien pudiera cruzarla, mostrando un desprecio total y absoluto por aquellos de nosotros a los que bien poco nos importaba el anual baño de multitudes que ahí suele darse el señor Rouco Varela para sentirse más poderoso e importante. Supongo que, tal y como comenté hace dos años, éste también habrá habido unas cuantas sesiones de altavoces atronadores durante los preparativos, aunque, miren, me los he perdido, mis tímpanos han sufrido menos. Vaya por delante que entiendo que toda religión debe llevar a cabo una manifestación pública de la fe, en contra de lo que quieran defender algunos modernos progresistas tolerantes europeizados, pues uno de sus principios es el proselitismo, que los católicos llaman apostolado y no sé cómo denominan el resto de religiones. Lo que no entiendo tanto es 1) por qué esa manifestación pública debe hacerse molestando sistemáticamente a los conciudadanos, con una casi irrenunciable contaminación acústica y cortando las principales arterias de las ciudades para colapsar de esa manera el tráfico (cualquiera diría que Madrid no dispone de grandes explanadas para celebrar esa misa sin necesidad de cortar las grandes avenidas); 2) por qué debemos ser nosotros los que paguemos los caprichos megalómanos de la iglesia católica, tanto de manera indirecta, con todo el despliegue de medios públicos para la seguridad del evento, como directa, a través de la declaración de la renta (que quiten de una vez la casilla de la iglesia católica o que pongan otra para los musulmanes, otra para los budistas, otra para los adoradoradores del diablo y otra para quien haga falta); y 3) por qué esta manera de tomar las calles les parece tan perfecta a los mismos que pondrían el grito en el cielo (no me negarán que la expresión viene que ni pintada) si otra fe pretendiera llevar a cabo las mismas prácticas.

Pues eso, que al final tuve que saltar las vallas para cruzar la dichosa plaza, bajo la reprochadora mirada de los fans que a esa hora ya habían cogido sitio para el concierto (viendo el tamaño de los altavoces debía de tocar U2, por lo menos) y el temor de que la policía me fichara por violar el cordón de seguridad. Y es que, para los que no vivan en esta ciudad, aquí se acostumbra a cerrarles el paso a los peatones sin abrirles jamás otro camino alternativo.

29/1/11

Podio libros 2010


Al igual que hice el año pasado, voy a permitirme éste erigirme en juez y confeccionar un pequeño listado con los cinco mejores libros que he leído este año. Cierto es que no ha sido un año pródigo en lecturas, pero no por ello han dejado de llegar unas cuantas joyas a mis manos. He decidido, también, suprimir la lista de cómics, puesto que no son muchos los que he leído lo suficientemente buenos, así que he salvado un único título y lo he introducido en esta lista. En fin, vamos allá.

5

CLAUDE BLETON, Los negros del traductor

Resulta increíble cómo, partiendo de un hecho tan pedestre y aburrrido como puede ser el de los negros literarios, esta novela lo convierte en una alegoría fantástica-detectivesca capaz de invertir los papeles entre autor y negro, y que ejemplifica de una extraña manera el problema de cómo debe abordarse una traduccción literaria. Genial tanto en su vertiente detectivesca como en la metaliteraria.

4

JIRO TANIGUCHI, Tierra de sueños

Me encanta cuando un relato consigue introducir en mí la nostalgia de momentos que nunca he vivido, y eso es lo que hace Tierra de sueños: cinco breves historias marcadas por las mascotas de una familia y que hacen referencia a distintas etapas de la vida y las decisiones que debemos tomas en ellas. Sin duda el mejor cómic que he leído este año.

3

YU HUA, ¡Vivir!

¡Vivir! es la historia trágica de Fugui, el hijo de un terrateniente chino bien posicionado, que irá perdiendo, poco a poco, todo lo que su nacimiento le había concedido. De ese modo, la vida opulenta actual se irá despojando progresivamente de todo hasta quedar reducida a lo esencial para la realización personal del individuo. Sorprende de Yu Hua que trate con el mismo desdén al Kuomingtang, al Partido Comunista Chino y al ejército, y que sin embargo siga publicando en China, imponiendo su altísimo número de ventas a la censura. Un novelista chino muy recomendable.

2

APOLONIO DE RODAS, Argonáuticas

Parafraseando a Javier Marías, los clásicos ya sabían contar historias, y lo hacían mucho mejor que nosotros. Y es que por mucho que algunos se empeñen en decir que su forma de narrar es aburrida, lo cierto es que sus técnicas resultan mucho más precisas que las que hoy en día utiliza la secta de los escritores de best-sellers, dándonos las carácterísticas de los personajes y lugares que sí son necesarios para el correcto discurrir de la aventura y librándonos de toda la paja molesta e innecesaria. Sólo una cosa se echa en falta: Apolonio nos cuenta la consecución del vellocino de oro, pero nos priva del regreso al hogar y la recuperación del trono usurpado.

1

Viaje al Oeste

No sólo ha sido el mejor libro de este año, sino que se ha convertido en uno de los mejores de los que he disfrutado nunca. Resulta difícil centarse en una sola cosa puesto que se trata de una novela río del alcance, casi, del mismo Quijote. La cantidad de historias son tantas y de tan variada índole, que centrarse en una rebajaría sin duda el nivel del libro. Tripitaka Tang deberá viajar al Paraíso Occidental para conseguir las escrituras sagradas de Buda, y el camino está lleno de pruebas en forma de monstruos, haciendo referencia cada una de ellas a un aspecto distinto de la existencia. Dos mil doscientas páginas que verdaderamente merecen la pena.

13/12/10

Misógino y sentimental


Hoy me he sentido Bécquer un instante: misógino y sentimentalmente romántico al mismo tiempo. Al levantar la vista de mi novela en la cafetería la he visto, en una mesa a mi lado, con una piel de lisa perfección en su rosada tez, su cabello ganando su cintura en rubia ondulación, sus ojos oscurecidos por una leve sombra artificial, sus labios llamativos, su mentón trazando una delicada curva hasta su blanco cuello que se perdía entre su pelo... Y su apostura. Firme, encarada al frente, con una mirada expectante que se perdía en el vacío, en actitud de espera, abrumadora, solemne y arropada de silencio en ese entorno ruidoso. Parecía dominar el tiempo, marcando los segundos en su actitud de espera, las manos en la mesa una sobre otra, sin cruzar los dedos, sin cruzar los brazos, sin moverse, sólo reposando. No era su belleza, no era su cuerpo: era su estatismo, su postura mantenida, la calma entre tanto caos. Podría haber dejado caer su pañuelo y no habría habido caballero que lo recogiera, pero ella tampoco, ella no lo habría recogido, no se habría agachado para ello, no habría estropeado su pose relajada en favor del antiestético escorzo, porque eso habría estropeado su embrujo y ella lo sabía, o parecía saberlo.

Y entonces le adiviné una voz, y me sentí Bécquer pues en ningún caso quería oírla. Oír su voz, lo que con ella tuviera que decir, habría estropeado la magia que se encontraba en su aura. Lo habría manchado todo de realidad y eso no era interesante: lo interesante era lo que evocaba, lo que con su presencia sugería y con su silencio mantenía oculto. Eso deben de ser las musas: los espíritus misóginos del amor que cercenan el sonido, pues su misión es entrar por los ojos y sólo por los ojos.

¿Que es estúpida? ¡Bah! Mientras callando
guarde oscuro el enigma
siempre valdrá lo que yo creo que calla
más que lo que cualquiera otra me diga.
G. A. BÉCQUER, Rimas