14/2/11

Colón contra la iglesia


Voy a ser breve porque incluso yo me canso de quejarme de la iglesia católica y los ayuntamiento y gobierno de Madrid. El domingo, día dos de enero, pasaba yo a las siete de la mañana, más o menos, por la Plaza de Colón para ir a trabajar cuando, bajando por la calle Génova, descubrí aquello totalmente vallado y sin abertura ninguna para que la gente de bien pudiera cruzarla, mostrando un desprecio total y absoluto por aquellos de nosotros a los que bien poco nos importaba el anual baño de multitudes que ahí suele darse el señor Rouco Varela para sentirse más poderoso e importante. Supongo que, tal y como comenté hace dos años, éste también habrá habido unas cuantas sesiones de altavoces atronadores durante los preparativos, aunque, miren, me los he perdido, mis tímpanos han sufrido menos. Vaya por delante que entiendo que toda religión debe llevar a cabo una manifestación pública de la fe, en contra de lo que quieran defender algunos modernos progresistas tolerantes europeizados, pues uno de sus principios es el proselitismo, que los católicos llaman apostolado y no sé cómo denominan el resto de religiones. Lo que no entiendo tanto es 1) por qué esa manifestación pública debe hacerse molestando sistemáticamente a los conciudadanos, con una casi irrenunciable contaminación acústica y cortando las principales arterias de las ciudades para colapsar de esa manera el tráfico (cualquiera diría que Madrid no dispone de grandes explanadas para celebrar esa misa sin necesidad de cortar las grandes avenidas); 2) por qué debemos ser nosotros los que paguemos los caprichos megalómanos de la iglesia católica, tanto de manera indirecta, con todo el despliegue de medios públicos para la seguridad del evento, como directa, a través de la declaración de la renta (que quiten de una vez la casilla de la iglesia católica o que pongan otra para los musulmanes, otra para los budistas, otra para los adoradoradores del diablo y otra para quien haga falta); y 3) por qué esta manera de tomar las calles les parece tan perfecta a los mismos que pondrían el grito en el cielo (no me negarán que la expresión viene que ni pintada) si otra fe pretendiera llevar a cabo las mismas prácticas.

Pues eso, que al final tuve que saltar las vallas para cruzar la dichosa plaza, bajo la reprochadora mirada de los fans que a esa hora ya habían cogido sitio para el concierto (viendo el tamaño de los altavoces debía de tocar U2, por lo menos) y el temor de que la policía me fichara por violar el cordón de seguridad. Y es que, para los que no vivan en esta ciudad, aquí se acostumbra a cerrarles el paso a los peatones sin abrirles jamás otro camino alternativo.

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