24/11/10

Yang Yang 楊揚


La semana pasada, la Red Navarra de Estudios Chinos, en sus V Jornadas del Mundo Chino: Taiwan, otra realidad, proyectó la película taiwanesa Yang Yang que... en fin, creo que hay úlceras que duelen menos. La película en cuestión trata sobre una chica taiwanesa que es medio francesa por parte de padre, y el hecho de serlo pero no hablar francés parece que le causa algún tipo de trauma o algo así. Esta que acabo de hacer es la sinopsis más lógica que se puede hacer de las casi dos horas de eterno metraje que tiene la película. Pero ojo, que parece que hay gente a la que le gusta este sinsentido, pues la película ha estado nominada a varios premios en los Asian Film Awards y en el Golden Horse Film Festival, de los que no se llevó ninguno, parece que al final vieron la luz los miembros de los jurados.

En esta historia (es un decir) todo pasa porque sí, no busquemos una lógica interna del relato. Todo comienza cuando la madre de Yang Yang se casa con el entrenador de atletismo de la protagonista y se marchan las dos a vivir con él y su hija, formando lo que en un principio parece una feliz familia. Pero no todo podía ser maravilloso, porque entonces no tendríamos conflicto, así que Yang Yang se tuerce un tobillo. El novio de su hermanastra Ming Ren, al llevarla al hospital, y en cosa de unos treinta segundos, que es el tiempo que ese tipo con cara de tonto llevaba en pantalla, se enamora de ella porque, claro, todos sabemos que torcerse un tobillo une mucho, por eso de la pasión nacida de la tragedia. Ella, que es una buena chica, por supuesto lo rechaza. Pero claro es que el chico tiene porno con chicas taiwanesas que son medio francesas (¿?) y Ming Ren le pilla una de estas películas e inmediatamente deduce por ella que está enamorado de Yang Yang. A partir de aquí comienzan a encadenarse una serie de escenas a cada cual más absurda y sin demasiada continuidad unas con otras. Cuando Ming Ren se entera del amor platónico de su novio se cabrea con Yang Yang, que claro, la pobrecilla no ha hecho nada. Así que para solucionarlo la protagonista sigue quedando con el tonto (así lo llamaremos a partir de ahora) y, en una escena sacada del peor de los culebrones, le dice que lo que suceda en las tres horas siguientes a ese momento nunca habrá sucedido, tendrá que olvidarlo, y claro, se lo tira. Para que todo sea muy injusto, al llegar a casa Yang Yang después de haberse tirado al tonto, Ming Ren le pide perdón por lo injusta que ha sido con ella. Y para completar el patetismo absoluto de la historia, en venganza por robarle al tonto (no contaré cómo lo descubre definitivamente, pues es una escena ya demasiado sonrojante), le hecha esteroides en el agua antes de una carrera (unos esteroides que además de ser los de más rápido efecto que puedan existir, se pueden meter en la botella sin romper el precinto de seguridad del tapón siquiera), y Yang Yang decide no defenderse y dejar el atletismo. Todo esto en el instituto, así que cuidado los que tengan hijos, no vaya a ser que se dopen en esos partidos de fútbol que se juegan entre colegios, o algo así, y terminen huyendo de casa por la vergüenza sufrida. Lo de la vergüenza me lo invento, pues es del todo imposible saber por qué hace las cosas esta tipa.

Tras esto se fuga con un manager de artistas o algo así, que de inmediato la convierte en portada de revistas. Así de fácil. Todos los hombres parecen estar enamorados de Yang Yang a pesar de que ésta se pasa la película con cara de estreñida. Será que lo de ser medio francesa tira mucho, a pesar de que, dicho sea de paso, es la actriz más fea de todo el reparto (incluso su madre tiene más atractivo que ella). Y luego la hacen actriz con un papel en francés para que lo vuelva a pasar mal y todo sea muy trágico. Luego tenemos otra escena en la que lo vuelve a pasar mal porque tiene que ir a clases de francés (esta les aseguro que es una de las más ridículas que he podido ver), otra en la que el tonto y el manager se pelean no sé muy bien por qué, otra en la que aprende a bailar tangos tampoco sé por qué, y un montón de desatinos más.

El caso es que cuando todo llega a su fin, todos esos personajes que aparecen y desaparecen continuamente porque sí, han dejado un montón de historias abiertas de las que no se cierra ninguna: no sabemos qué pasa con el tonto, no sabemos qué pasa con el padrastro, no sabemos qué pasa con la hermanastra, no sabemos qué pasa con el atletismo, no sabemos qué pasa con nadie.

Como colofón, al final nos meten el título de la peli a modo de créditos, y después de eso sale la cara de vinagre otra vez corriendo. Entonces uno dice: ahora, ahora es cuando va a pasar algo y vamos a averiguar qué ha pasado con todos esos personajes de los que el director, o el guionista, o no sé quién se ha olvidado. Pero no. Tras dos larguísimos minutos de la tiparraca esta corriendo salen los créditos y fin del asunto. Es que me imagino al director muerto de risa y diciendo: se la he colado, se la he colado, ahora a esperar a que los avispados de turno le encuentren el trasfondo social al peñazo este que me acabo de inventar.

16/11/10

Citas


Nos encontramos en la última de tres generaciones que la Historia tiene el capricho de repetir de cuando en cuando. La primera necesita un Dios, y lo inventa. La segunda levanta templos a ese Dios e intenta imitarlo. Y la tercera utiliza el mármol de esos templos para construir prostíbulos donde adorar su propia codicia, su lujuria y su bajeza. Y es así como a los dioses y a los héroes los suceden siempre, inevitablemente, los mediocres, los cobardes y los imbéciles.
ARTURO PÉREZ-REVERTE, El maestro de esgrima

14/11/10

Battlestar Galactica

*Este texto contiene spoilers. Para leerlos basta con seleccionar la parte que aparece en blanco.

El otro día terminé de ver la serie Battlestar Galactica, y no podía resistirme a escribir algo sobre ella, pues la experiencia había sido casi como ver literatura en imágenes, en una historia que mezclaba una reflexión sobre el funcionamiento político de la sociedad, y la eterna búsqueda de la trascendencia humana, cimentada sobre las bases narrativas de la Eneida. Es sin duda placentero encontrar todavía apuestas de tan alto nivel entre la ciencia ficción, y además consecuentes, cerrada esta en su cuarta temporada, sin alargarla innecesariamente ante la buena respuesta de la audiencia para acabar convirtiéndose en una degeneración ajena a aquello que era en un principio, como les ha sucedido ya a tantas series.

En ella, una civilización humana de otro sistema solar (Troya) es aniquilada por una raza de máquinas llamada Cyllon (Grecia), que había introducido entre ellos a un espía para eliminar sus defensas (caballo de Troya). Los escasos supervivientes deberán comenzar un largo viaje a través del espacio, guiados por el coronel Adama (Eneas), para encontrar un nuevo hogar cuya existencia sólo suponen y cuya ubicación desconocen por completo: la Tierra (Roma).

Con esta premisa argumental, los supervivientes deberán crear en su viaje una nueva sociedad desde cero, lo que dará lugar a un estudio de las luchas por el poder, la relación entre política y ejército, las crisis políticas, las revoluciones, los golpes de estado y las distintas soluciones a todo esto, siempre experimentando sobre el caldo de cultivo de una población reducida, lo cual, a todas luces, no simplifica las cosas, pues acaban por darse los mismos problemas de siempre: racismo, diferencias sociales, corrupción, desconfianza, crisis religiosas... Casi dando por sentado que todo nuevo comienzo para la humanidad es una condena a repetir siempre los mismos errores (tesis que se verá reforzada, aunque con un rayo de esperanza, en el último minuto del último capítulo de la serie).

La búsqueda de la trascendencia humana está basada en una bastante bien elaborada evolución de las religiones. Así, los humanos que inician el viaje adoran a una serie de dioses que se identifican con estadios anímicos y naturales, y que enseguida descubriremos que son los dioses grecolatinos, incluso con sus nombres originales. Tenemos, pues, a una civilización de tecnología futurista, con una sociedad del siglo XX y una espiritualidad muy atrasada. Los Cyllon que casi los han destruido, en cambio, lo han hecho en nombre de un único Dios verdadero del que todos somos hijos, y están convencidos de que siguen un plan divino que todo lo justifica, así que perseguirán a los humanos supervivientes para exterminarlos y cumplir así la voluntad de Dios en su particular cruzada.

Pero estos planteamientos tan evidentes irán modificándose a lo largo de la serie, y al tiempo que evoluciona la visión de Dios, provocando un cisma entre los creyentes, la nueva religión comenzará a ganar adeptos entre los humanos supervivientes, creando nuevos enfrentamientos religiosos entre estos y los seguidores de los antiguos dioses de Kobol, encarnados en Zeus y compañía.

Sin embargo todo dará un giro bastante acertado, aunque un poco cruel si tenemos en cuenta cómo había ido evolucionando el espíritu religioso a lo largo de la serie. En la última temporada seremos informados de que todo eso ya había sucedido antes, y que la nueva civilización humana había sido un intento terminar con la espiral de violencia que había llevado a su fin a una civilización anterior, pero que había fracasado también, motivo por el cual fue destruida y condenada a vagar por el universo para buscar un nuevo hogar. Llegados a este punto, la destrucción de Kobol por los Cyllon se entiende como un diluvio universal, y el viaje a bordo de la Galactica es el que Noé tuvo que pasar hasta encontrar Tierra de nuevo. Incluso, tal y como Noé tuvo que convencer a Dios para que no destruyera lo poco que había sobrevivido, ellos deben convencer, hacia el final, a los Cyllon de que no destruyan a la humanidad superviviente. No sólo hemos asistido al cambio de la antigua religión por la nueva, sino que incluso la serie en sí ha cambiado el paganismo por el cristianismo, revelando al final una suerte de Dios dual sin sexo ni raza, que engloba en sí mismo todas las diferencias existentes entre nosotros.

En resumen, produce alegría encontrarse con tan excelentes productos, y reconozco que me he quedado con ganas de más (aunque aliviado por que terminara donde tenía que terminar y no se alargara innecesariamente), así que me pondré a ver Caprica, aunque con algunas reticencias, pues no es tan bueno lo que he oído sobre este spin off.

11/11/10

Crónicas asiáticas (3) Nocturnidad


Al llegar a casa me encontré con los problemas que ya había previsto, aunque en aquel momento se magnificaron. No podía comunicarme en absoluto con los padres de mi novia, así que mis deseos de resultar cordial, amable y simpático se convirtieron en intenciones frustradas. La comida me resultaba extremadamente rara, cosa que a su vez agravaba el enorme sueño que tenía y mis horarios totalmente cambiados: no olvidemos que en ese momento era la hora de comer (¡¡¡las doce!!!) cuando yo debería estar plácidamente durmiendo. Además el calor era asfixiante y pegajoso, algo que me sorprendió al estar en el interior.

La parte del sueño la solucioné a medias durmiendo una siesta (o lo que fuera, pues no estaba muy seguro del horario que me tocaba en ese extraño día de 48 horas), tras la cual ya estaba más recuperado pero aún sin hambre cuando me sorprendieron con la cena a las seis de la tarde (creo que me va a costar horrores acostumbrarme a estos horarios). Después de cenar salimos a la calle, en noche cerrada (creo que eran las nueve), y fue entonces cuando comencé a ser consciente de lo que me rodeaba. Nada más salir de casa me di de bruces con una obra que continuaba en horario nocturno bajo la luz de los focos. No sé si continuarían toda la noche trabajando, hasta el amanecer, pero puedo asegurar que desde que llegué, todos los días que he salido a la calle por la noche he visto esa obra funcionando al mismo ritmo que durante el día. Fuimos al supermercado, parece que en hora punta, a las diez de la noche casi, pues estaba abarrotado a esas horas. A lo largo de todo el camino, en la acera se desplegaban tiendas improvisadas que comenzaban a montarse a la misma hora en la que nosotros salíamos de casa, la mayoría de las veces consistentes tan sólo en una cuerda colgada entre dos árboles, de la que pendían perchas con ropa. Así se extendía ante nuestros ojos todo un mercadillo nocturno que empezaba a cobrar vida de la misma manera en que más adelante descubriría que lo hacía todas las noches. Había por todas partes, en todas las calles, cuerdas entre árboles repletas de ropa como si fuera ese el fruto que daban, mantas en el suelo cubiertas por baratijas, puestos de comida entre los que sobresalían los de pinchos morunos a la brasa, asados en unos braseros alargados que parecían multiplicarse por todas partes. Resultaba todo un reto salir a la calle y caminar un largo recorrido sin caer en la tentación de comprar alguna tontería a todas luces innecesaria.

Cuando salimos también cogimos una bici. Éramos tres personas y cogimos tan sólo una bicicleta. No entendía muy bien el concepto al principio, hasta que caí en la cuenta. Aquella bicicleta, como todas en la ciudad, estaba provista de una cesta delante y una parrilla detrás, con lo que no debía mirarla como una bicicleta sino más bien como un carro de la compra, y esa era la función que iba a llevar a cabo. Podría afirmarse, de todos modos, que la bicicleta es el principal medio de transporte en Shijiazhuang. Esa noche también vi múltiples imprudencias (barbaridades, más bien) viarias, de las que creo que hablaré en conjunto más adelante, son demasiadas. El caso es que al llegar al supermercado vi allí la mayor aglomeración de bicicletas aparcadas que había visto en mi vida, aunque no era gran cosa en comparación con las que he visto después de esto.

Tras la aventura nocturna tocaba descansar, y está vez sí que recuperé los horarios (los míos, a los chinos aún me quedaba tiempo para adaptarme) y el sueño. Parece que ya volvía a ser una persona, o algo parecido.

7/11/10

Crónicas asiáticas (2) Autopista hacia el cielo (o casi)


Lo cierto es que el coche del gobierno resultó ser una furgoneta con una factura bastante pobre, más bien parecida a aquellos Range Robers que tanto nos entusiasmaban en los ochenta, cuando éramos críos, y que estaban repletos de aristas y tornillos con los que más valía no entrar en contacto. Al abrir la puerta lateral podían verse tres hileras de asientos sin separar las plazas (unas tres por hilera, dependiendo de lo apretados que quisiéramos ir) y nada ni lo más remotamente parecido a un cinturón de seguridad. No es que quisiera ser quisquilloso, pero teniendo en cuenta que lo que teníamos por delante era un viaje por autopista de más de trescientos kilómetros, no es que su ausencia me tranquilizara. Pregunté algo preocupado por ellos, y lo que obtuve fue un lacónico: no hacen falta. Resultaba obvio que la convicción en su innecesariedad era absoluta pues el conductor, único que tenía cinturón de seguridad junto con el copiloto (había un tercer asiento entre ambos que tampoco disponía de él), no hizo siquiera amago de abrochárselo.

Así que nos lanzamos a la autopista mientras nuestro chófer respondía a un mensaje que le había llegado al móvil. No sé cuál será la velocidad máxima para las autopistas en China ni si existirá ese concepto (cosa que dudo), pero nos lanzamos a unos ciento cuarenta kilómetros por hora de media con un trasto que yo dudaba que pasara de los cien, adelantando en zig-zag a todo aquel que osara frenarnos, usando para ello el andén de la derecha si era necesario y acomodándonos en el carril de la izquierda para circular con normalidad, mientras rebasábamos a camiones que circulaban por cualquiera de los tres carriles sin ningún empacho, usábamos cualquiera de ellos para adelantar, pasábamos entre camiones y mandábamos la distancia de seguridad a hacer gárgaras al tiempo que yo buscaba como un loco mi cinturón de seguridad o cualquier soga con la que amarrarme al asiento en su defecto.

Lo que vi en ese viaje por autopista no lo había visto nunca. Como ya he dicho, coches, un noventa por ciento de ellos con todas las lunas tintadas (incluida la delantera, aunque de un color ligeramente más suave que el resto, todo hay que decirlo), circulando por cualquier carril, usándolos todos para adelantar, incluyendo los arcenes, cruzándose unos con otros y utilizando el más mínimo hueco para pasar. Un coche parado en el carril derecho en mitad de la autopista sin ningún motivo aparente, sin luces de emergencia, ni triángulos, ni nada. Otro que se para en el cebreado de una salida, creo que para decidir si salía por ahí o no. Coches parados en los arcenes con personas bajando de ellos (recordemos que era la autopista) sin chalecos, ni precaución, ni nada que se le pareciera (abrían las puertas del lado de la carretera sin mirar y los coches que se aproximaban las esquivaban como si tal cosa). La entrada al peaje fue increíble: muchos se aproximaban por un lado de la fila y jugaban una especie de pulso con el vehículo de al lado para ver quien frenaba primero y tratar de colarse (uno de ellos éramos nosotros). Un coche que frena en el carril izquierdo, da el intermitente derecho y comienza a circular marcha atrás porque se había pasado la salida (recordemos que la salida estaba a la derecha y él en el izquierdo de tres carriles más un andén que, a fin de cuentas, también se usaba como carril). Una niebla de esas que en los dibujos animados los personajes frotan con la mano en la pantalla del televisor, formando un círculo, y acto seguido vuelve a cubrirlo todo, y a nadie circulando con las luces encendidas. Un Golf sin matrícula. Camiones llenos de sacos con la carga sin asegurar. La cabina de un trailer sobre la cabina de otro trailer, sobresaliendo unos dos metros por detrás y sin ningún tipo de señalización (y no quiero ni pensar como estaban unidos esos dos trastos). Los intermitentes... mejor no preocuparse por esas menudencias.

Al entrar a la ciudad todos esos problemas se multiplicaban por mil. Las normas de circulación parecían no existir, así que mejor no esperar que nadie tenga en cuenta ese tipo de cosas. La función de los semáforos resultaba un tanto difusa, no tengo ni idea de cuál podía ser el orden de preferencia en los cruces, si es que había alguno. Los carriles eran meramente orientativos, invadiendo el contrario en varias ocasiones para adelantar y tocando la bocina para que el que viene de frente se aparte. Bicis, motos y triciclos con motor circulaban (a cientos) generalmente por la izquierda, aunque podían aparecer por cualquier otro lado (vi a una moto que quería tomar una salida situada a su izquierda circular varios metros en dirección contraria para llegar a ella). Los peatones cruzaban la calle en una especie de juego de la liebre esquivando a los coches que se acercaban. A la policía (los de tráfico, quiero decir) esto debía parecerles lo más natural, pues lo miraban impasibles, y cuando pasó un grupo de motoristas del ejército la única diferencia fue que a ellos sí les cedían el paso los demás, aunque al mismo tiempo los que les cedían seguían en ese juego de ahora paso yo y tú me esquivas a mí que daba una impresión bastante surrealista del conjunto.

Cuando bajé de aquella furgoneta juro que estuve por besar el suelo, y lo habría hecho de no ser por cierta condición de la ciudad que ya contaré más adelante.

4/11/10

Crónicas asiáticas (1) En ruta


Podría empezar diciendo que casi llegamos tarde a facturar las maletas por culpa del metro de Madrid y su deficiente servicio, pero incluso yo me aburro de criticar a la capital de España, que en tantas ocasiones desmerece de ese título de capital. De modo que saltaré al avión de las aerolíneas húngaras que me depositó en Budapest. Poca cosa hay que decir: medio sandwich seco y unas azafatas a las que era obvio que no les pagaban por sonreír (me pregunto en este punto si en algún lugar existirán esas azafatas tan simpáticas que salen en las películas). En el aeropuerto de Budapest todas las cafeterías estaban a reventar, así que en cuanto vimos una mesita libre yo me abalancé sobre ella con todas las maletas y mi novia se puso a hacer cola para pedir algo de comer. Aquello estaba a rebosar de noreuropeos de edad avanzada que no sé si se iban de vacaciones o viven permanentemente en ellas, y mirándolos sin otra cosa que hacer empecé a examinar lo muy parecidos que se vuelven los unos a los otros los habitantes del norte de Europa cuando envejecen.

Tocaba subir al segundo vuelo, esta vez en un avión algo más grande que el anterior, que a fin de cuentas no pasaba de ser un autobús con alas, lo que acrecentó mis nervios. Huelga explicar por lo recién declarado que guardo cierto reparo a eso que llaman el medio de transporte más seguro que existe. Se suele achacar a quien comparte mi aversión a esos trastos con alas un miedo infundado, sin sentido, cuando lo que realmente me parece un sinsentido es precisamente no tenérselo. Vale que hay menos accidentes aéreos que de cualquier otra cosa, pero es que también hay menos tráfico aéreo que de cualquier otra cosa. Además, y esto nos pasa a todos, cuando vemos en las noticias que ha habido un accidente aéreo lo primero que pensamos es “a ver cuántos han muerto”, mientras que si el accidente es de cualquier otro tipo nuestros pensamientos son más bien del tipo “a ver si se han salvado”. Así que no creo ser tan ilógico. Por no hablar de esos vídeos sumamente tranquilizadores que te ponen al inicio del viaje en el que caen unas mascarillas de oxígeno (póngasela y respire con tranquilidad, te dicen) y te indican dónde puedes encontrar el chaleco salvavidas (???).

El caso es que cuando subimos al avión de Hainan Airlines ¡¡¡las azafatas sonreían!!! Y no sólo eso, sino que nos atendían educadamente (en chino, todo hay que decirlo), con toda la paciencia del universo. Los asientos estaban dotados de mantas para abrigarse, un pequeño cojín para acomodarse y un pequeño televisor situado tras el reposacabezas del asiento delantero, con cuatro canales de televisión (nada interesante, todo hay que decirlo) y un quinto en el que te daban información sobre el vuelo. Repito lo dicho más arriba, no tranquiliza demasiado: 33.000 pies de altura (recordando a Gila, calzando un cuarenta para arriba eso serán unos 10.000 metros), quinientas y pico millas por hora (hagan la cuenta ustedes mismos, pero creo que dan unos mil kilómetros por hora), tiempo de vuelo, tiempo que falta de vuelo y un mapita en el que se indicaba dónde estaba el avión más o menos. El momento estrella para las azafatas fue cuando subió al avión un tipo clavado a Kang-Ho Song, el protagonista de The Host. Además no era chino, así que bien podía haber sido él (aunque no creo, supongo que podrá costearse vuelos mejores). No encontraba su asiento, así que la azafata se lo tuvo que indicar mediante una discusión entablada en parte por signos, en parte por el chino de ella, en parte por el coreano de él (en realidad no sé si era coreano, pero como se parecía al actor voy a creer que sí) y en parte por cierta cosa parecida al inglés que ella hablaba en ocasiones. El caso es que la discusión se saldó con él profiriendo gritos de “xie xie, wo ai ni” (gracias, te quiero), y de nuevo “wo ai ni” otras dos veces que la enrojecida azafata pasó por al lado de su asiento.

Yo tenía entendido que la comida de los aviones era horrible y que resultaba mejor subir al vuelo bien comido, motivo por el cual habíamos pedido esos bocadillos en el aeropuerto de Budapest. Pues no. Creo que engordé, y bastante, en el avión a Pekín. Nos sirvieron para cenar una ensalada (la misma porquería verde de todos los restaurantes del universo; odio la lechuga), pollo con arroz, un trozo de algo parecido al pan (esta era la única parte mala), unas galletas, quesitos, mantequilla y no sé que más. En realidad parecía una comida para contentar a todas las partes que integraban el avión, tomando por la parte europea un menú más bien de tipo inglés y por la parte china unos platos más bien de restaurante chino. El desayuno también fue bastante mezclado: huevos revueltos con salchicha (inglés), dos platos más que podían pedirse en lugar de los huevos revueltos (chino), café o té, magdalenas y un cruasán. Aparte de las veces que pasaron ofreciendo bebidas, entre las que había cerveza y vino, lo cual me sorprendió bastante.

Luego llegó el momento en el que las azafatas intentan venderte cosas como si estuvieras en un mercadillo. Y luego dicen que los chinos no tienen pasta, pero la que yo tenía sentada a mi lado (el lado en el que no estaba mi novia, quiero decir) se dejó más de seiscientos euros en menos de cinco minutos. Que digo yo, si dispones de todo ese dinero, viaja en primera y déjate de tonterías.

Al fin el avión llegó a su destino, donde nos esperaba el comité de bienvenida. La tía de Geng (una alta funcionaria o algo así) fue a buscarnos con un coche del gobierno y un chófer, y allí estaban ella, el chófer y el padre de mi novia (sólo la expresión ya suena a peli romántica cutre), dispuestos a regalarnos con un viaje por autopista que cambiaría mi concepto de lo que se entiende por conducir.

2/11/10

Citas


Porque el vendedor sólo debe tener un objetivo: el éxito. Ahora bien, el éxito y el fracaso van siempre un trecho por el mismo camino. Nosotros resistiremos hasta la bifurcación, y no desmayaremos nunca [...] Por eso debéis preveniros contra la soledad. La soledad y la melancolía son los peores enemigos del vendedor. [...] Pero nosotros no sucumbiremos nunca al desaliento. Recordaremos que cada fracaso anuncia la cercanía de la victoria [...] Debéis de ser pacientes y obstinados [...] Viviréis en el presente; nuestro reino es el ahora.

LUIS LANDERO, El mágico aprendiz

De vuelta


Tras varios meses de obligada inactividad por el "no funcionamiento" de Blogger en la China, a partir de hoy trataremos de poner esto de nuevo en movimiento.