13/11/08

Crónica de una decepción (y 2)


Miércoles, 5 de noviembre

Estuve tentado de no levantarme de la cama, pues la situación en el trabajo era insostenible. Yo llegaba allí, entraba en el despacho del jefe, porque hay que entrar en él por huevos para coger los libros, él no decía ni buenos días, ni me miraba, no veía a ningún otro profesor en la academia, pues nuestro horarios eran dispares, terminaba la clase y me marchaba a casa. No es que fuera la forma más agradable de trabajar. Mi único contacto humano (por darle algún nombre) era mi jefe, y éste me trataba como un apestado. No tenía ganas de ir a trabajar y esto lo había conseguido tan sólo en dos días: había conseguido que un trabajo que debería encantarme estuviera deprimiéndome y casi provocándome estrés.

Además, la clase del viernes, de nuevo en la empresa, se acercaba, y mi ilusión por darla se había más que esfumado, pues no tenía ni idea de a qué debía atenerme allí. Me sentía constantemente evaluado en clase, en la empresa y en el despacho del jefe, en el que procuraba no pasar más de dos minutos. Tenía la sensación de que cruzar cualquier palabra con él podría hacer estallar la situación, y mi confianza en mí mismo para dar las clases estaba cada vez más mermada, cosa que no me había pasado nunca hasta entonces.

Jueves, 6 de noviembre

A las once y media, cuando terminé mi clase habitual y ya me disponía a salir de allí, el jefe me informó de que tenía otra clase de dos horas con una australiana, que fuera ya al aula y que no llevara el libro, pues ella quería conversación y resolución de dudas, todo esto treinta segundos antes de la clase. Así que allí me presenté, con el deber de soportar el peso de una conversación de dos horas con alguien que no hablaba bien mi idioma y que además quería aprender algo en el transcurso de las dos horas. Como podrán imaginar fue un completo desastre. Ella quería un guión sobre el cual poder aprender nuevas cosas y no una charla improvisada, que es lo que fue aquello. Era imposible que algo preparado de aquella manera saliera bien. Sólo me cabe preguntarme hace cuánto tiempo sabía mi jefe de la existencia de aquella clase.

Si todo lo hacía de la misma manera en la que lo estaba haciendo conmigo, yo no podía sino maravillarme de que aquella academia siguiera abierta. Mis compañeros, a los que yo desconocía por completo, debían de ser unos fuera de serie, porque debían trabajar contra las aviesas intenciones de aquel ser de echarlo todo por la borda y además debían tener éxito. Yo empezaba a dudar de mis cualidades, pero si en dos años y medio dando clases no había tenido esos problemas, no podía ser todo culpa mía.

Recordé que en la entrevista en la que me contrató había dicho que ellos eran antes la escuela de la cadena Babylon en Madrid, pero que luego Babylon creció y pudo abrir su propia academia, rompiendo así la sociedad, y dejándolos a ellos trabajando solos de nuevo. Comenzaba a preguntarme si Babylon no abriría su propia escuela al darse cuenta del desastre que constituía aquella que los representaba en la capital y lo pésimamente dirigida que estaba.

Viernes, 7 de noviembre

Cuando terminé la primera clase fui informado de que la australiana no iba a volver. Tuve que preguntar por qué, pero la única respuesta fue: “No estaba contenta.” Supongo que al hablar con ella le habría cotado mucho más, le habría dado motivos que a mí podrían servirme para no caer de nuevo en los mismos errores... No sé, algo. Pero él no soltaba prenda. Seguía encerrado en ese mutismo que dejaba bien claro que despreciaba mi trabajo y que además me impedía mejorarlo por ningún medio. No sé qué pretendía. Jamás avisaba de una clase con tiempo para poder prepararla, ni sabía qué se hacía en las clases, ni por supuesto daba información de nada... pero a pesar de todo eso quería que mi actuación fuera impecable y dejara bien a la academia, esto es, a él.

Así que me dirigí a la empresa con más tristeza que alegría para dar la clase que allí me tocaba. Pero antes de salir le había oído decir por teléfono a alguien que ya había encontrado profesor para no sé quién, lo que me hizo pensar. Si soy el único profesor nuevo aquí, el único con horas libres todavía y acaba de encontrar a otro, para dar una clase nueva, esto es que ya hay alguien que va a sustituirme. En otras palabras: a la calle. Pero como él no me dijo nada no podía saberlo. Iba a pasar todo el fin de semana elucubrando sobre si me iba a despedir a la semana siguiente.

Lunes, 10 de noviembre

El despertador volvió a sonar y de nuevo no tenía ganas de levantarme. Pero lo hice, me duché, estaba desayunando y a las nueve menos cuarto sonó un mensaje de texto en el móvil. Decía exactamente lo siguiente: “Ven a las diez. Trae los libros.”

Mi hora de entrada eran las nueve y media de la mañana, por lo que no cabía duda, estaba despedido y mis sospechas cobraban forma: el muy hijo de puta sabía que iba a despedirme desde el viernes por la mañana, pero no podía decírmelo entonces, sino que tenía que esperar a que me levantara el lunes para ir a trabajar.

Me planté en su despacho, donde recibí la noticia esperada. Pero esta vez ni siquiera gritó para que yo pudiera decirle todo lo que estaba pasando por mi cabeza y desquitarme a gusto, tuve que quedarme con las ganas (porque si bien soy de respuesta fácil, no es menos cierto que soy incapaz de ser el primero en entrar al trapo, alguien tiene que echarme un guante).

De modo que aquí estoy ahora, de nuevo sin trabajo y un poco menos seguro de mí mismo para volver a dar clases, aunque espero que esta experiencia (primera vez en mi vida que soy despedido, no sé cómo tomármelo) haya sido sólo una excepción que no tiene por qué volver a repetirse.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Vaya pedazo de hijo de puta! De eso no me cabe ninguna duda. Lo malo de las grandes urbes es que, a la gran proporción de gente maravillosa que te encuentras, hay que sumarle una cantidad igual (o mayor, no olvidemos que estamos en España) de desgaciados y malnacidos chupatintas.
Me figuro que no te sirve de mucho para encontrar trabajo, pero quiero recordarte que aquí, en esta colina al lado del río Arga nos acordamos de ti y de tus aventuras (y por desgracia desventuras también) ¡Ánimo y adelante, que son pocos y cobardes!

P.D. ¿has pensado en sindicarte? Ya hablaremos. Un abrazo.

Black Queen dijo...

Si la cosa sigue así creo que voy a sindicarme pero en el crimen organizado. Ya estoy esperando a que llegue la boda de la próxima hija de don Corleone para ir y pedirle que le rompa las piernas a ese malnacido.