21/11/08

Diarios madrileños (3)


Sábado, 15 de noviembre

He cruzado el umbral hacia la dimensión desconocida. O eso creo. Es la explicación más sencilla para lo ocurrido (y a menudo la explicación más sencilla para algo suele ser la correcta, o eso dicen, aunque el cine se empeñe en demostrarnos lo contrario).

Habíamos ido a un polígono industrial porque queríamos comprar unas cosas en Ikea. Por cierto, las llamas del infierno tienen que salir a la superficie y arrasar todo el planeta convirtiendo Ikea en el único lugar seguro para que yo vuelva ahí, y aún así me lo pensaré bastante: no se puede dar marcha atrás ahí dentro, pasé quince minutos (y no exagero) buscando la salida, cuando la encontré pasé media hora en caja (y sólo tenía cinco personas por delante de mí), no pusieron ni un trozo de papel separando los multiples objetos de cristal que había comprado, sino que los arrojaron dentro de una bolsa todos juntos abandonándolos a su suerte... En fin, un desastre de tienda. Si eso es el progreso sueco, me quedo con el garrulismo español.

Pero no era de Ikea de lo que quería hablar. Al ir hasta allá no habíamos contado con que cubrir aquella distancia en metro nos llevaría una hora, y claro, se nos hizo muy tarde, así que decidimos comer allí. Vimos un Pizza Hut y para comer medianamente barato y probar esa nueva pizza que tienen con rollitos de queso en el borde entramos ahí. Entonces comenzó todo. Nada más poner un pie ahí dentro fuimos abordados por una camarera con corbata que nos preguntó para cuantos queríamos mesa. Yo estaba aturdido, me encontraba en un Pizza Hut, uno de esos lugares en los que hay que hacer cola en la barra para pedir y luego esperar a que alguien grite tu nombre para levantarte a recoger tu pedido.

-Perdón -recuerdo que balbuceé-. Pero creía que entraba en una pizzería.

-Pues no. Esto es un Pizza Hut.

La respuesta me dejó aún más fuera de juego, no tanto por lo inesperada sino por lo insólita. Joder: esto no es una pizzería, es un Pizza Hut. Y ¿qué narices es un Pizza Hut? ¿Debería reorganizar mi mundo conocido? ¿Cuántas cosas más habrían cambiado mientras yo intentaba salir de Ikea?

Sin conseguir salir aún de mi asonbro informé a nuestra camarera de que éramos dos.

-¿Fumadores o no fumadores?

A esta pregunta respondí de forma casi automática, no fumadores, aunque no pude evitar dar un respingo de extrañeza. Tentado estuve de salir para mirar el letrero de la puerta, pero no cabía duda de dónde estaba, el nombre del establecimiento estaba escrito en las paredes por todas partes. De modo que nuestra camarera nos acompañó hasta la mesa y allí nos entregó la carta. Yo no salía de mi asombro, pues tras revisar la mía pude encontrar en ella aros de cebolla, nachos, helados, costillas a la brasa, sopas, tortillas, empanadas, tartas... pero ni rastro de la pizza que yo había ido a buscar. Afortunadamente lo que sucedía era que faltaba la última hoja en mi carta, lugar al que habían sido relegadas las pizzas, por detrás incluso de los postres.

Así que encontramos la pizza que habíamos entrado a buscar y pedimos un par de refrescos. Nos la sirvieron: nada de los típicos trozos de cartón para recogerla, sino dos platos y una paleta para separar los trozos y servirlos. Luego llegó la cuenta: treinta y un euros que todavía no he acabado de digerir. Me marché de aquel sitio con la impresión de haber comido en Ginno's o en Pizza Marzano, más que en Pizza Hut. Supongo que esos son los efectos que la relatividad ejerce sobre la capital. Ya veremos cual es la siguiente broma.

2 comentarios:

妖妖 dijo...

Pues,la vida es interesante por las sorpresas,no?o(∩_∩)o

Escuela para todos Luz ONG dijo...

holaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa

mucha suerte nos interesa el intercambio cultural, nuestra ONG se dedica a la inclusión de niños especiales a la escuela común con integradora.en tu país como funciona?

Difundinos y visitanos así te enterás de nuestra obra

Un cariño desde argentina

alejandra