12/8/08

Missing Barcelona



Pues ya he regresado a Pamplona. Llevo un día aquí y, quién me lo iba a decir, echo de menos Barcelona, no tanto la ciudad, aunque también, sino la gente que dejo allí: un venezolano un poco raro, una sueca un tanto zumbada, un italiano con mala leche (casi peor que la mía), un barcelonés cansado, una búlgara un poco loca, un valenciano de tintes bohemios... y una china encantadora (a saber qué dirán todos ellos de mí).

No echaré tanto de menos a los turistas, demasiados en esa ciudad, ni a los catalanes, casi inexistentes (o eso parece por lo difícil que resulta dar con ellos). A los primeros porque para despedida consiguieron que me costara diez minutos de reloj cubrir los cincuenta metros que separan la puerta de mi casa de la estación del metro la última vez que realicé el trayecto (como para salir con el tiempo justo). A los últimos porque siguen empeñados en hablarme catalán a toda costa. Mi último día allí comí en un McDonalds (ya lo sé, moriré gordo) y tras quince minutos haciendo cola, cuando al fin llegué a la caja para pedir, la tipa de detrás de mí, que me había oído varias veces jurar en español, me soltó que si podía pedir sólo no sé qué antes que yo para llevárselos abajo, así, en catalán. Evidentemente me giré, pedí y no le hice ni puñetero caso.

Pero hecho de menos el hecho de que haya gente en la calle más allá de las diez, de que la gente vista como más o menos le venga en gana y no con un patrón casi uniforme, de que me dejen comer algo más tarde de las diez sin alegar que han cerrado la cocina... incluso el calor de esa ciudad empiezo a echarlo de menos.

Aunque quizá sea tan sólo una ilusión, pues los últimos días allí los he pasado con gente a la que aprecio (toda la lista de arriba, a pesar de algunos engañosos adjetivos). Ya veremos si al final me acostumbro de nuevo a esta ciudad o tengo que huir de nuevo.

3 comentarios:

Galatea dijo...

Muy optimista te veo. Uno nunca acaba de acostumbrarse a esta ciudad, y menos cuando viene de una como Barcelona, con su olor a mar, esa humedad pegajosa que te recuerda que allí siempre es verano, su liceo (que aún no has estrenado), el barrio gótico, lleno de apetecibles tiendillas, y esos guiris que te hacen creer que todo el año son vacaciones. Pero bueno, aun con todo eso y con tus amigos de la ONU, Pamplona tiene algo que nunca tendrá Barcelona: me tiene a mí. Así que ya puedes estar contento por tu regreso. Bienvenido.

Re-Atum dijo...

Kaixo muete!
Veo que desde que abandonaste la ciudad condal ha decaído tu capacidad literaria. Ayyy, si es que el abandonar el acento ribero hace bajar las neuronas.
Por cierto, ayer tiré la hamburguesa congelada que llevaba con nosotros desde Navidad. La nevera se volvió loca y empezó a descongelar (tranquilo, ya congela de nuevo) y hasta me dió pena tirar tu hamburguesa, jaja. Se ve que se sentía sola tras la salida del té de Sareta
Gero arte,

Black Queen dijo...

Tranquilo que en seguida volveremos a la carga para que no te quejes, al menos, y realizaré también incursiones hostiles en tu excesivamente bohemio blog.