15/10/08

Diarios madrileños (1)


08/10/2008

¿Por qué no hay ni una sola cafetería en la estación de autobuses de Madrid en la que tomar algo mientras esperas el tuyo? Es más. ¿Por qué ni tan siquiera hay una estación de autobuses, sino tan sólo un agujero bajo tierra donde esos enormes trastos con ruedas llevan a cabo su regurgitación y nueva ingesta de pasajeros?

Pues sí, he hecho mi primer viaje de regreso a Pamplona y no ha empezado demasiado bien. De entrada no había cafetería en la estación, pero eso creo que ya lo he contado. La segunda ha venido nada más subir al autobús. Al llegar a mi asiento he visto a un imbécil en el de al lado leyendo el periódico, y digo imbécil porque el tipo estaba leyéndolo con medio brazo metido en mi asiento, y no sólo no ha hecho ni mirarme, sino que ni por asomo ha mostrado la más leve intención de cambiar su postura. Afortunadamente quedaban asientos vaciós al fondo y he podido trasladarme a uno de ellos y olvidar el incidente mientras veía las dos películas que ponen para amenizar el viaje (qué diferencia con los torturadores profesionales de Vibasa). Y he descubierto que en los autobuses también ponen a veces buenas películas, aunque no del todo apropiadas para el espacio en el que están teniendo lugar. La sesión doble comenzó con Parque Jurásico. Digo que no son del todo apropiadas porque cualquiera puede ir en ese autobús y la peli en cuestión es para menores de trece años, y aunque yo nunca he tenido demasiado en cuenta esos cortes de edad, creo que hay momentos en los que deberían respetarse (ni siquiera Spielberg permitió a sus hijos verla cuando se estrenó porque no habían cumplido aún esa edad). Y no rectificaron con la segunda: El sexto sentido. Al final no fue tan malo el viaje.

10/10/2008

El viaje de vuelta fue mejor, no por la película que no hubo forma de ver porque la imagen era imposible (ni siquiera sé qué película era), sino más bien por la compañía en el asiento de al lado que vino a sustituir a la del viaje anterior: una chica encantadora con la que pasé buena parte del viaje charlando (y es que a veces suceden esas cosas y merece la pena el tiempo del viaje).

Nota a mi llegada de nuevo a la estación de Madrid: ¡¡¡HE ENCONTRADO LA CAFETERÍA!!! Aunque tuve que subir y bajar tantas veces las escaleras mecánicas para ello, que dudo que pueda volver a hacerlo.

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