16/12/08

Diarios madrileños (4)




11/12/2008

Esta ciudad está empezando a tocarme las narices pero bien. Tenía yo que ir a una entrevista para un curso de impresión (adelantaré acontecimientos y dejaré dicho que la entrevista nunca llegó a realizarse) y para ello necesitaba coger un autobús. Tengo yo un abono de transporte urbano que en teoría sirve para metro y bus y por el que me clavaron cuarenta y tres euros (lo cual de por sí ya es una barbaridad, pues no existe ninguna otra posibilidad de abono, con lo cual la comunidad de Madrid está empeñada en que te gastes una pasta en transporte sí o sí) y que curiosamente no servía en absoluto para coger aquel autobús. Sabía que tendría que pagar pues me dirigía a otra zona más alejada que la que me permitía alcanzar mi billete: el asombro vino cuando me di cuenta de que aunque me bajara en una de las dos primeras paradas (todavía dentro de Madrid), tenía que pagar igual, mi billete sólo era un trozo de cartón inservible.

De modo que pagué: un euro (que había que sumar a los otros cuarenta y tres que ya llevaba gastados en transporte, más un euro y medio que hay que pagar para que te den una estúpida tarjeta sin sentido para conseguir el abono).

Cuando llegamos a mi parada la puerta no se abrió para que bajaran pasajeros. Debo señalar aquí que el autobús en el que me encontraba no era un urbano (una villavesa, para los de Pamplona) sino un interurbano (uno como esos de la CONDA). Sorprendido pregunté a los pasajeros a mi alrededor qué debía hacer para que se abriera la puerta, y ninguno se dignó a responder (que nadie me hable a partir de ahora tampoco de la enorme amabilidad de los madrileños). Ante su negativa lancé una voz al conductor pidiendo que me abriera: me ignoró igualmente y continuó su marcha (me salté la parada, o más bien, ésta me saltó a mí). Para la siguiente, una persona (a mi lado; esto es, uno de los cabrones que no se habían dignado a responderme) se levantó y fue hasta un botón de parada como el de las villavesas, en el que yo no había reparado, así que me bajé una parada más tarde y me ví tirado en mitad de la autopista sin tener ni idea de cómo regresar a Madrid.

Tras caminar un rato por la autopista entré en un polígono, donde había un bar en el que pude preguntar por la parada del autobús hacia Madrid, y obtuve respuesta a la primera, tuve más suerte que en el interior del bus. Así que una vez localizada, me dirigí a la marquesina correspondiente y conté hasta CINCO autobuses que pasaron de largo al verme en la parada (no les apetecería parar sólo para una persona; ahora tendría que ponerme a echar pestes de los conductores y los servicios de transporte público de Madrid, que son los más vergonzosos que he visto en mi vida, pero creo que lo dejaré para otro día). También, en mi espera, vi aterrizar cinco aviones, que uno puede verse por eso de la casualidad, pero cuando ya vas por el quinto sabes que algo no va muy bien.

Por fin paró el sexto autobús, subí, pagué... uno con sesenta. A ver, ¿por qué esa subida de precio si el trayecto era el mismo que a la ida? ¿Estaba pagando un sobresueldo para el conductor? Será mejor no pensar demasiado en ello.

Nota mental: Todas aquellas maldades de las que fui advertido antes de ir a Barcelona, las estoy padeciendo en Madrid. A partir de ahora no debo fiarme de ningún madrileño por el sólo hecho de serlo.
Billete de ida

Billete de vuelta

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