17/11/09

Diarios madrileños (8)


El otro día (hace ya un tiempo) me subí a un vagón del metro, me senté y me dispuse a leer durante el trayecto, como hago casi siempre para combatir el tedio que produce la permanencia excesivamente larga en este medio de transporte madrileño. Entonces comencé a sentir una leve presión en la punta de mi zapato y, al levantar la vista, me percaté de que un tipo se había sentado frente a mí y, no alcanzo a comprender por qué, ejercía una continuada presión de su pie contra el mío. Lo miré con cara de no demasiados amigos y pareció darse por entendido porque se detuvo en el acto. Pero sólo lo pareció, pues al instante volvió a comenzar su jueguecito.

No suelo esperar encontrarme a gente demasiado inteligente en Madrid, pero tampoco a imbéciles de este calibre. Así que decidí cruzar las piernas y seguir leyendo, aprovechando el movimiento para propinarle una suave patada con el pie que tenía que elevar, a ver si así pillaba la indirecta. Inmediatamente recogió sus piernas y yo pude dedicarmede nuevo a la genial novela de la que me estaba estropeando las últimas páginas.

Y cuando llevaba ya unos segundos de tranquilidad cabió su estrategia. Ya no empujaba mi pie con el suyo, sino que ahora me daba continuos golpecitos en el que aún me quedaba en el suelo. No sé si pretendía ligar conmigo o qué. De hecho ni siquiera podía asegurar que semejante idiota fuese natural y no fabricado en un laboratorio con fines científicos: probar la paciencia de la raza humana, por ejemplo.

Respiré aliviado al descubrir que yo no era en absoluto objeto de sus oscuros deseos sexuales, o al menos así quiero creerlo. Un segundo personaje visiblemente ebrio llegó hasta allí desde la otra punta del vagón y, señalando a una chica a la que había dejado sola, le dijo: "Señor, sea caballeroso y permita sentarse a una señorita". Bueno, los términos no fueron exactamente esos y costaba entenderlos entre balbuceos, pero la idea sí. Entonces el imbécil se levantó y pude observar en él una borrachera aún mayor que la de su compañero. No estaba mal para ser la doce del mediodía.

Ahora un recomendación. Un sábado a medianoche eso hace cierta gracia. Un día entre semana a mediodía eso toca los cojones.

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