21/3/08

Inquilino nocturno


No termina nunca de fascinarme mi trabajo, y no por la actividad que desarrollo, que es en sí bastante simple, aunque no exenta de cierta dificultad, sino por la cantidad ingente de esperpentos que por este hotel desfilan. El último suceso, que he determinado calificar de trágico-cómico, sin poder dejar a un lado el sentido de humor algo macabro del que suelo hacer gala, acaeció ayer noche. Me encontraba yo, como es habitual, viendo Yo soy Bea, quiero decir, revisando facturas, corrigiendo los créditos, respondiendo faxes...o sea, sacando adelante este hotel, (que no se que harían sin mí), cuando de repente cruzó el umbral de la humilde recepción un hombre de mediana edad. Pese a ser yo una persona perspicaz por naturaleza, no observé a primera vista ningún rasgo peculiar en el nuevo inquilino. Así pues, e hice mal, después lo supe, le asigné una habitación en mi afán por aumentar los ingresos del hotel (para que de este modo mi jefe me pueda pagar la subida que antaño me prometió). El sujeto en cuestión, al que llamaremos Eduardo (no por nada, sino porque ese era su nombre), me expresó su necesidad primera de ir al servicio porque, según me dijo, no se encontraba bien. Así que, sin siquiera dejarme su carné de identidad y, lo que es más importante, su tarjeta de crédito, subió corriendo a la habitación 302. Al rato marcó el número de recepción y me instó a que subiera a su nueva morada a coger el carné y la tarjeta. Saltándome el protocolo, pues no es normal la recogida a domicilio, me acerqué hasta el zulo, perdón, la íntima a la par que coqueta habitación individual en la que se hallaba descansando el huésped. Éste tuvo a bien recibirme sin ningún pudor con un veraniego conjunto de camiseta y minifalda improvisada con una de las toallas del hotel, que más enseñaba que insinuaba. Si en algún momento temí por mi integridad física, pues he oído historias a trabajadoras de este mismo hotel en las que individuos vestidos de esta misma guisa dejaban caer "en un descuido" el afelpado taparrabos, mi profesionalidad me impidió dejarlo traslucir. Mientras me entregaba las tarjetas solicitadas, el falso escocés volvió a incidir en su malestar, a lo que yo, acostumbrada a las múltiples dolencias que habitualmente aquejan a mis amigas, no hice ni caso. Regresé entonces a mi habitáculo y al pasar la visa del moroso, quiero decir, del morador, comprendí que una vez más me la habían colado, pues por más que lo intentaba reiteradamente, ésta era denegada. Con la tranquilidad que Dios me dio para compensar quizá ciertas carencias, que por otra parte aún desconozco, volví de nuevo a la 302 para, amigablemente, pedir explicaciones, o en su defecto otra tarjeta, al, cada vez más, desafortunado cliente. No entraré en detalles sobre lo que ocurrió con el dinero, pues no es lo más interesante de esta historia, además es de sobra sabido que no es de buen gusto hablar de estas cuestiones. Baste decir que al final no pagó. No creyó Eduardo que el hecho de no saldar su cuenta fuera motivo suficiente como para dejar tranquila a la pobre recepcionista, así que de forma insistente me estuvo llamando para repetirme lo mal que se encontraba, hasta que ya, más cansada que conmovida, decidí llamar a urgencias. Sobre la tardanza de los médicos de urgencias hablaré en otro momento, sólo sabed que si este hombre hubiera estado enfermo de gravedad, entre el pasotismo de la recepcionista y las dos horas que tardaron en llegar los galenos, Edu encuentra la paz eterna entre nuestras paredes. Cuando la doctora se marchó del hotel tras haber empastillado a su pobre paciente, se dirigió a mí y más ordenó que sugirió, como si fuera yo la enfermera a su cargo, que en media hora o tres cuartos subiera a ver qué tal estaba. Como ya casi nada me sorprende, la estupefacción que antes mostraba ante peticiones insólitas dio paso en ese momento a una leve curiosidad que me llevó a preguntar sobre la naturaleza del mal que importunaba al arrendado. “Esta muy nervioso”, me respondió la que hacía las veces de mi jefa, “tiene problemas personales y no quiere avisar a su familia”. Entonces pensé “la que va a tener problemas personales voy a ser yo cuando mi auténtico jefe se entere de que voy dando habitaciones gratis a neuróticos con tendencias suicidas”. Lo que ocurrió después, pese a que pueda parecer algo extraño, no me lo he inventado. No relataré cuáles fueron los motivos que me llevaron a subir de nuevo a la habitación con un vaso de leche y unas galletas, pues ni yo misma lo sé, quizá un incipiente instinto maternal, o lo que es más probable, el extremo aburrimiento en el que me hallaba yo sumida. Pero cuando entré, sólo mi templanza y mi saber estar impidieron que los alimentos saltaran por los aires del shock que me produjo contemplar la estampa que a continuación describo. El maromo de 1,80 se hallaba en posición fetal acurrucado en una esquina de la cama, con sólo una sábana cubriendo parte de su desnudez y llorando con un desconsuelo tal que casi llegó a enternecerme (afortunadamente la vida me ha hecho fuerte). Dejé entonces el ligero ágape encima de la mesa y me debatí entre el deber moral de auxiliar al desconsolado o salir pitando con el absoluto convencimiento de que no me pagaban lo suficiente como para hacer de recepcionista, botones, camarera de habitaciones, guía turística y gastronómica, enfermera y encima psicóloga. Venció finalmente esta maldita conciencia de la que, por más que lo intento, no puedo deshacerme. Así que, tímidamente, le pregunté si se encontraba bien. Bastó esa sencilla pregunta de mera cortesía para que el tipo pensara que realmente me interesaba su estado de salud, y pasara, entre sollozos, a relatarme toda su mísera vida. Por dicha relación me enteré de que la causa de sus actuales desdichas era que su novia, con la que llevaba tres meses, le había dejado. No sentí sino lástima al oír aquello, pero de mí misma, por tener que estar haciendo horas extras por semejante gilipollez. Pero después comencé a indagar en sus problemas más profundos y descubrí que el pobre desgraciado había estado divorciado dos veces. Sus dos ex mujeres se habían quedado con todas sus propiedades, incluidas dos casas que él aún estaba pagando. Su última cónyuge se había ido con su mejor amigo, el cual estaba disfrutando de los arbolitos que él mismo (al presunto suicida me refiero) había plantado en la casa que él mismo había pagado, con la mujer a la que él mismo se había... En fin, que después de oír todo aquello, y algunos me consideraréis cruel, no pude por menos que exclamar: “Tú es que eres idiota”. Como estaba muy desvalido y sumido en su dolor, me libré del puñetazo. Después de mi primera reacción, quise saber por qué todavía tenía ganas de estar con más mujeres, a lo que él respondió que tenía la certeza de que el ser humano está hecho para vivir en pareja (qué mal ha hecho Rousseau a toda esta gente). Intenté quitarle esa idea de la cabeza, ya que como quisiera vivir hasta el fin de sus días con una mujer, iba a necesitar más casas que el Sr. Roca. Entre los logros de su extenso currículum, se hallaba también una estancia en la cárcel. En resumen, que el tío realmente tenía motivos como para pasarse llorando el resto de su existencia. No me quiero alargar más explicando todos los pormenores de la conversación, que, entre unas cosas y otras duró casi una hora. Lo importante es que, gracias a mi apoyo y a mis sabios consejos, conseguí salvarle la vida. El ex presidiario abandonó el hotel a las cuatro de la madrugada, prometiendo volver para abonar la cuenta. Por supuesto no volvió. No lo culpo; probablemente ya ni siquiera esté vivo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

"Con la tranquilidad que Dios me dio para compensar ciertas carencias, que por otra parte aún desconozco..."
Qué modesta; vamos a buscar esos defectos sólo en este texto:
-"Pese a ser yo una persona perspicaz por naturaleza...": no sabría decir si eso es inmodestia, admiración por Sherlock Holmes o síndrome del Dr. House.
-"...al pasar la visa del moroso, quiero decir, del morador...": ¿un poco pedante la frase, no? Además de ripiosa: porque el maromo podía haber pagado con un billete morado (500 €)y tú no tendrías problemas morales con la moratoria que supongo le habrías impuesto.

Y en otro orden de cosas, empiezo a creer que desde las habitaciones de ese hotel por la noche escuchan tiroteos los gangsters que las ocupan.