19/3/08

Ni deuda que no se pague


Cuando atravesó a Mejía don Juan sintió pena y una lágrima cruzó su rostro. No había logrado hacer una apuesta lo suficientemente alta para poder perderla y maldijo su sino. Sentía, como un latido, la risa convulsa del diablo dentro de su pecho.

Huyó del lugar del crimen. No cesó de correr en un buen trecho, atravesando oscuros callejones en los que sólo oía la voz de su conciencia burlándose de él, hasta que topó con un entierro que iba camino del cementerio. Aquel sería su castigo y redención. Se aproximó y, sin que nadie lo sintiera, arrojó al muerto de la caja y tomó su lugar, y allí permaneció dispuesto a ocupar su tumba.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

La mano de una mujer siempre es certera. Y aun más cuando la guía el despecho, o peor, la necesidad. No la culpo. No despiertes al león di no lo vas a alimentar, pues es probable que te muerda.

Anónimo dijo...

Supongo que este comentario querías hacerlo dos cuentos más abajo. De todos modos no puedo sino darte la razón, puesto que con él corroboras mi teoría: Inés (la mujer) sólo se viste de dulzura que disfraza su crueldad, mientras que don Juan es un incomprendido atrapado en una red de la que no puede salir. No trata de pervertir a Inés, sino que se ve prisionero del juego cruel de ella.