22/3/08

Tu violento rostro mañana

JAVIER MARÍAS, Tu rostro mañana
Javier Marías publicó hace ya unos meses la que sin lugar a dudas es su mejor novela hasta la fecha. No terminó de convencerme cuando apareció la primera parte, hace ya cinco años, porque recorría caminos ya transitados por él en anteriores ocasiones con demasiado acierto como para pretender obtener todavía más de ellos. Y sin embargo aquel Baile y sueño que le sucedió me abrió los ojos y me hizo ver que Marías estaba haciendo, si no algo totalmente nuevo, al menos sí algo distinto. Ya no se trataba otra vez de su personaje (sólo ha creado un personaje protagonista que se pasea por todas sus novelas con distintos nombres) viendo el mundo bajo su microscopio (porque si algo hay que concederle es el detallismo de su observación mundana) sino que por primera vez se involucraba en ese mundo y tomaba parte real de esa historia; sus sentimientos dejaban de ser tan cerebrales como siempre me han parecido.

Pero lo que me ha llamado la atención en esta nueva novela es la escalada de violencia que se ha producido. Si bien en Fiebre y lanza la violencia era tan sólo tema de conversación (una violencia desmedida, lo sé, pero que a fin de cuentas sólo aparecía en las conversaciones, nunca como elemento de la acción), en Baile y sueño el protagonista se veía atrapado por una de esas escenas, y nada suave por cierto. Recordamos cómo a lo largo de varias páginas Jaime asistía a la paliza propinada por su jefe a una de sus “amistades” sin poder hacer nada, o más bien sin saber qué hacer. Aquello parecía que no iba a tener fin pero estábamos atrapados por aquel fluir de brutalidad tan sumamente fría. Pues ahora será él quien ejerza esa violencia, y lo hará también de forma fría y deliberada, calculando cada efecto de cada golpe.

Ya no tenemos a un Deza que sólo mira, o que se ve atrapado por la acción, sino que la desarrolla. Y cuanto más involucrado lo vemos más nos identificamos con él y más nos embrutecemos nosotros y más nos espantamos de nosotros mismos, porque lo animamos en cada golpe y sabemos que nosotros, aunque nunca hagamos eso, lo haríamos si tuviéramos el valor.

No somos sociables porque seamos buenas personas, porque creamos realmente que hay cosas que pueden hacerse y cosas que no, sino porque no nos atrevemos a dejar de serlo. En ocasiones ni lo pensamos y actuamos como se nos ha enseñado que marcan las normas pero.. cuántas veces desearíamos saltárnoslas. “¿Por qué no se puede ir por ahí pegando, matando?” pregunta Tupra. Y lo hace con total naturalidad, como quien pregunta por qué no hay que sorber la sopa. Esa pregunta choca en el lector, pero no lo hace por la pregunta en sí, sino porque ya hemos asumido que no podemos matar personas, pero nunca hemos razonado el porqué, lo hemos asumido tal como nos lo han transmitido sin cuestionárnoslo jamás. La respuesta final no es menos brillante: “Porque no podría vivir nadie."

Yo nunca me lo había planteado y, por eso, espero que esa amenaza de Javier Marías (“no tengo nada más que decir en el campo de la novela,” ha dicho) quede sin cumplir y Jacobo o Jaime o Jacques o como quiera llamarlo la próxima vez, regrese para seguir mirando y enseñándonos a mirar. Debemos aprender a cuestionarnos nuestro mundo y eso es lo que las novelas de Marías nos enseñan.

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