13/3/08

Venganza


La hoja atravesó la carne hasta la guarda y don Juan sonrió triunfante cuando vio derramarse la sangre de su propio corazón. Ni Mejía ni Gonzalo lo habían alcanzado, sino la mano vengadora de Inés, la mano blanca de la virgen rencorosa que no perdonaba la conversión del libertino sin haberla hecho conocedora antes de los lujos del placer.

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