6/5/08

Cosas que odio (aún más) desde que estoy en Barcelona (1)


Odio a la gente que camina haciendo eses por la calle, así, como si les hubiesen disparado y estuvieran en trance de su agonía. Tratas, cuando tienes prisa, de pasarlos por la izquierda y automáticamente ellos comienzan a desplazarse hacia la izquierda, lo intentas por la derecha y ellos a la derecha. Si es que parece que te están viendo y lo hacen a mala hostia. Y empiezo por aquí porque hace unas horas uno de ellos (jfjajklmmkzfzx) casi me tira a las vías del metro.

Odio a los grupos de turistas. ¡Ojo! No a los turistas, sino a los que van en grupo. Esos que se reunen como imbéciles detrás de un tipo (aunque casi siempre es una mujer) que ostenta en alto una paleta con un número o incluso un paraguas en el más estúpido de los casos, y que habla en lenguas incomprensibles para los seres humanos (no para los grupos de turistas, que como todos sabemos no pertenecen a nuestra especie). ¡Joder! Es que todos los días tardo diez minutos en cubrir los veinte metros que separan la boca de metro de la Sagrada Familia (creo que no es tanta la distancia) y la puerta de mi casa. Los muy imbéciles se plantan en medio de la calle, te ven que no puedes pasar porque están ahí en medio como un puto rebaño de ovejas y no hacen ni amago de retirarse. Cuando regreso de Pamplona con la maleta tampoco: te echan a la carretera con maleta y todo (menos mal que he aprendido a utilizarla a modo de ariete). Estoy por comprar un rifle y disparar al de la paleta, por eso de que si matas al líder la manada se disuelve.

Odio a los medio subnormales que, hablando perfectamente español, se empeñan en responderte en catalán. ¡Y encima se ofenden si no los entiendes! ¿Acaso en Euskadi hace eso la gente? Insto a todo aquel que hable euskera a que si se cruza con alguien con acento catalán le entre en vasco y no se apee del burro por nada del mundo. Lo siento por los catalanes inocentes, que también son muchos, pero es que esto me saca de mis casillas.

Odio a la gente que se acerca a preguntar lo que sea sin la más mínima educación. Pamplona, hace semana y media: ¡Eh! ¡Dónde se compran los billetes! Y pongo admiraciones en la pregunta porque eso fue de todo menos una pregunta. Le faltó al viejo agarrarme, ponerme contra la pared y sacarme la información con métodos de tortura que casi seguro conocía. Todavía no sé por qué le indiqué dónde estaban las taquillas, aunque su mente Neandertal no parecía ser capaz de asimilar ningún tipo de información (juro que era tan sencillo como decir a la vuelta de esa esquina al tiempo que le señalaba la esquina en cuestión), y al instante regresó: ¡Oye, que allí yo no veo nada! Con la de gente que había en la estación de autobuses y me tenía que tocar el más imbécil.

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