16/5/08

Que se largue o que se muera (1)


He descubierto por qué la ley no nos permite tener armas en casa. Puede parecer una perogrullada, pero es que si las tuviéramos las usaríamos. Pero las usaríamos SEGURO. Yo, al menos, si ahora tuviera a mi alcance una pistola cargada con la que poder desquitarme a gusto y con facilidad, sin riesgo para mi persona y por supuesto sin esfuerzo físico de ningún tipo, ahora mismo estaría segando cuatro vidas y marchándome a dormir tranquilamente. Quizá los remordimientos llegarían al día siguiente, pero eso a quién le importa ahora.

Les pondré en antecedentes. Tengo una compañera de piso: rubia (hasta donde mi poca comprensión de los colores permite creer), delgada y casi siempre va ataviada con falditas. Pues qué bien, pensarán, con ese regalo para la vista todos los días en casa. PUES NO. He llegado a odiarla tanto que ya no sé si es guapa pero lo seguro es que bien poco me importa. Ella parecía medianamente normal (medianamente, tampoco vayan a creerse que normal del todo), y la convivencia con ella, a pesar de tener sus más y sus menos (como con todo el mundo, por otro lado), era llevadera. Pero se cumplió la fecha señalada en que llegó su novio y su novio se buscó un piso en Barcelona (o al menos esa es la información que a nosotros se nos dio -entiéndase por nosotros mi compañero de piso y yo-), pero parece que no ha ido mucho por allí porque lleva ya dos meses viviendo en nuestra casa (se sobreentiende sin pagar alquiler, facturas ni nada que se le parezca). Aunque eso no me habría molestado demasiado si al menos actuaran como personas. ¿Acaso es tanto exigir el pedir a las personas que actúen como tales? Pues parece ser que sí.

La niñata esta, desde que su novio, con el que, por cierto, sólo habla en francés, llegó a la ciudad, parece que ha empezado a creer que vive sola en el piso de tres personas que ella ha convertido en uno de cuatro. Habría que puntualizar que el novio en cuestión es estadounidense, pero claro, ella no habla en inglés (ni intención que tiene de aprender para poder comunicarse con su novio en su propio idioma) y él por supuesto no hila ni dos palabras en español. Todo un show. La siguiente escena se repite unas doscientas veces al día: 1) ella dice algo en francés (yo, por supuesto, de francés no entiendo nada, así que no me entero de qué va la conversación que por otro lado no parece demasiado interesante); 2) el novio, que muy largo de entendederas tampoco es, parece que no la entiende y responde indefectiblemente algo así como "cua"; 3) ella lo repite de la forma más monótona posible para hacerse entender; 4) él vuelve a soltar el mismo graznido. Así hasta llegar a un punto en el que me siento un granjero tan paleto como gilipollas por soportar sin quejarme demasiado la puta granja de patos que tengo montada en casa.

El caso es que los dos actúan como si vivieran solos: se encierran en la habitación de ella (dato importante, no es la de él bajo ningún concepto, él NO es uno de los inquilinos), cocinan y friegan a los dos días con suerte (para qué hablar de limpiar las encimeras, ni por equivocación), comen y jamás limpian la mesa (porque claro, viven solos y no hay nadie que la vaya a utilizar tras ellos), se levantan (a las horas más inverosímiles del día o de la noche, créanme) y ponen la música a tope (porque saben que no hay nadie más en la casa a quien eso vaya a molestar), pasan por delante de ti como si ni tan siquiera te vieran, cuando cocinan mejor olvidarse de intentar hacerlo tú también porque se hacen con la cocina al completo (aquí hay que matizar dos detalles: el primero, ellos no trabajan, los demás sí y por lo tanto debemos seguir unos horarios, pero tenemos que jodernos, y el segundo, sólo cocina ella, pero parece necesitar que el otro esté allí mirándola con cara de bobo -y es que ese chico es realmente inútil-), cuando entran al baño mejor que los demás se olviden de intentarlo (de nuevo aquí el problema de los horarios), ocupan la nevera como si fueran cuatro personas (y aquí no admito réplicas, son SOLO UNO)...

En fin, que sí, que dan ganas de matarlos. Pero la última, esa por la que quiero hacerlo ahora mismo, se la contaré mañana (quizá más calmado), porque me estoy alargando. Aunque siempre corro el riesgo de que para mañana ya hayan hecho una nueva.

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